La vida de Odalis Basulto cambió rotundamente desde el pasado 12 de marzo. Ese día, a las 2:00 p.m., fue la última vez que habló con su hijo Marco Basulto, un joven de 35 años que migró a Estados Unidos en busca de una vida mejor. En horas de la tarde, funcionarios del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) lo buscaron en su lugar de trabajo, una pizzería en Orlando, sin darle ninguna explicación. Desde entonces, comenzó el calvario de su madre y demás familiares.
Marco fue trasladado desde Florida a Texas. «En ningún momento pude hablar con él, aunque pedí llamada por cobrar», relata su madre con la voz quebrada. Días después, y por medio de videos en TikTok, encontró a su hijo: estaba entre los primeros 238 venezolanos enviados al Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) en El Salvador.
«Me convertí en el FBI buscándolo en todas las redes, hasta que lo encontré en un video, le estaban cortando el cabello», resume Odalis.
De acuerdo con la información que la familia ha encontrado, a Marco Basulto lo deportaron desde Estados Unidos a El Salvador bajo acusaciones de ser integrante del Tren de Aragua, por supuestamente tener deudas en Venezuela, por trata de personas, posesión de armas de fuego, terrorismo y ser un peligro para Norteamérica. No obstante, su madre afirma que no tiene antecedentes penales y que jamás ha pertenecido a ningún grupo delictivo.
«A mi hijo lo vinculan solo por tener un tatuaje y por ser de Maracay (estado Aragua)», denuncia Odalis Basulto, madre soltera, quien describe a su hijo como un muchacho humilde, trabajador, que mantenía a gran parte de su familia.
Marco llegó a EEUU en 2022, antes vivió en Colombia y Ecuador, siempre persiguiendo mejores oportunidades económicas. Se fue, como cientos de miles, por la peligrosa selva del Darién. Cruzó por Texas, se entregó a migración, a los pocos días fue liberado. Tenía permiso de trabajo hasta 2026, había solicitado asilo político, contaba con seguro, cuenta bancaria y un automóvil.
Marco es el mayor de sus hermanos, al igual que millones de venezolanos salió de su país empujado por la crisis. Trabajaba como embalador en una tienda y con eso costeó sus estudios universitarios. Desde que llegó a Estados Unidos ayudaba económicamente a una hermana, que vive en Ecuador, y a sus dos sobrinos, porque ella quedó viuda. Era responsable de su madre, esposa e hijo, quien el 7 de mayo cumplirá cuatro años.
También le construyó una vivienda a su madre porque vivían en una casa de zinc. Odalis recuerda que desde niño siempre soñó con vivir en EEUU.
«Él quería comerse el mundo», dice Odalis Basulto. «Se fue buscando calidad de vida, esa que nosotros no tenemos en nuestro país. Solo quería vivir en paz».
Pero el sueño de Marco Basulto se convirtió en una pesadilla. Desde el pasado 15 de marzo está en el Cecot, una megacárcel que Nayib Bukele construyó para encerrar a peligrosos delincuentes, en principio de la Mara Salvatrucha (MS-13) y las dos facciones del Barrio 18, pandillas rivales que sembraron terror y muerte en El Salvador.
El 15 de marzo llegaron los primeros 238 venezolanos, acusados de pertenecer al Tren de Aragua, luego de que Trump y Bukele firmaran un acuerdo para albergar unos 300 migrantes por al menos un año a cambio de seis millones de dólares.
En la cárcel de máxima seguridad, Basulto está incomunicado, sin acceso a un abogado y sin posibilidades de defenderse: «El video, la foto y el nombre no nos garantizan que están bien», manifiesta su madre, quien le pide a Dios, «de rodillas, que mi hijo salga de ahí, porque él no ha hecho nada».
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