Pablo Escobar junto a sus hijos Manuela y Juan Pablo, y a su esposa Victria Henao (Victoria Eugenia Henao – Editorial Planeta)
La tarde del 2 de diciembre de 1993, un grupo de policías del Bloque de Búsqueda ubicó y abatió en Medellín al capo de la mafia Pablo Emilio Escobar Gaviria. Sin embargo, su muerte y sus excentricidades fueron el origen de una ‘herencia’ execrable en el ámbito de seguridad, cultural, político y ambiental.
Por El Tiempo
Su vida delictiva inició con crímenes menores, luego le siguió un robo por el cual fue vinculado a un proceso penal por el hurto de un vehículo Renault 4, en 1974. Dos años después fue señalado por primera vez por el delito de narcotráfico, el 9 de junio de 1976.
Durante 17 años fue perseguido por las fuerzas de seguridad nacionales e internacionales, que intentaban capturarlo y extraditarlo a Estados Unidos, por crímenes de terrorismo y tráfico de drogas. Tras su muerte, muchos de sus socios quedaron en la sombra, promoviendo aún negocios ilícitos. El cartel se atomizó.
Escobar fue responsable de más de 600 atentados terroristas que dejaron cientos de muertos y miles de heridos. Además de cercar a los medios de comunicación, los periodistas, los políticos, funcionarios judiciales y a miles de policías, trazó una línea de muerte entre quienes eran sus aliados y quienes eran sus enemigos.
En la calle, varias personas de diferentes edades consultadas por EL TIEMPO coinciden en tres palabras para describirlo: violencia, dolor y muerte.
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