Bernie Pyne, su esposa Ruth y sus hijos Jeffrey y Julia. Los cuatro constituían una familia cristiana, próspera y feliz. Hasta que una enfermedad mental rompió la armonía
Tenía una familia feliz, con un marido amoroso y dos hijos perfectos, pero algo dentro suyo se rompió y puso a la vida de los cuatro en jaque. Cuando parecía que regresaba la calma, apareció muerta con el cráneo partido y 16 puñaladas. Lo que nadie imaginó es quién había sido el femicida
Esta es la historia de una familia que, como la mayoría de las historias del planeta, comenzó con un flechazo que se transformó en amor.
Por Infobae
Cuando Ruth Hock cruzó el aula, en su primer día de clases en el secundario South Lyon, Bernie Pyne quedó impactado. La cara inocente y la actitud campechana de su nueva compañera lo conquistaron al instante.
Todo siguió con el rumbo previsible: noviazgo, casamiento, hijos. Parecía que la vida les prometía felicidad eterna.
Sin embargo, nada salió bien.
Bernie de inmediato se acercó y le dijo con desfachatez: “Sos bellísima, quisiera que salgamos juntos”. Ese tipo era un chamuyero, pensó la adolescente, pero le respondió con una sonrisa amable: “Salí de acá ya”. Lo despachó sin dudar y continuó charlando con sus amigas.
Ruth Anne Hock había nacido el 26 de noviembre de 1959 y era una entre cinco hermanos. Se las sabía todas y no pensaba caer bajo el primer avance de su compañero de clase. Bernie no se dejó intimidar por la actitud desafiante de Ruth e insistió. La empezó a llamar todas las semanas, durante meses: “Llamé y llamé hasta que en una oportunidad ella se relajó y me dijo: Bueno, dale, salgamos. Diez meses después de esa salida, nos casamos”, revela Bernie con nostalgia ante el futuro ya desplegado frente a sus ojos.
El matrimonio se celebró el 20 de febrero de 1979. Se instalaron en Highland Township, en las afueras de la ciudad de Detroit, en el estado de Michigan, Estados Unidos. Ruth trabajaba como asistente dental y Bernie como ingeniero en el área de automotores. Ambos eran fervientes religiosos y formaban parte de la iglesia evangelista presbiteriana de Cornerstone.
Prefirieron esperar a estar más asentados para tener hijos. Juntos la pasaban muy bien. Diez años después nació Jeffrey y, una década más tarde, Julia. Ya eran una familia tipo norteamericana, rebosante de sonrisas y prosperidad. Ruth era una madre convencional y respetuosa de las tradiciones. “Fueron muchos años donde no solo tuvimos una vida normal sino también muy bella. Ruth era una madre y esposa increíble. Pasamos incontables momentos felices juntos”, recuerda Bernie.
A Ruthla diagnosticaron con un trastorno bipolar con rasgos psicóticos y esquizofrenia paranoide. Para colmo se negaba a tomar los medicamentos que le recetaron
Fue después del nacimiento de Julia que algo cambió. Llevaban más de veinte años juntos cuando de repente la oscuridad entró a sus vidas vestida de enfermedad mental.
Bernie se percató de que Ruth experimentaba pensamientos paranoides. Le había empezado a repetir que las otras mujeres de la iglesia la perseguían y la escuchaban. Una mañana Bernie se dio cuenta de que Ruth no había dormido. Le preguntó qué pasaba. Ella le respondió algo que lo dejó helado: “Sí, es cierto, no he dormido nada en ocho días”.
A su mujer le pasaba algo serio: ocho noches sin conciliar el sueño era anormal. La llevó a una consulta con un médico y, luego de varios especialistas y muchos estudios, llegó el diagnóstico: Ruth tenía trastorno bipolar con rasgos psicóticos y esquizofrenia paranoide. Requería de sustancias estabilizadoras para sus estados de ánimo y drogas antipsicóticas. Ruth percibía una realidad distorsionada, tenía delirios, podía ponerse agresiva y experimentar cambios extremos en su conducta.
En ese instante el mundo de los Pyne dejó de girar con normalidad. ¿Qué había disparado la enfermedad? ¿Había estado siempre ahí, acechando? ¿Qué podían hacer para volver a ser los mismos? Un tornado de preguntas con escasas respuestas.
Ruth y su hijo Jeffrey. Los Pyne eran la típica familia norteamericana y vivían en el vecindario de Highland Township, un suburbio de Detroit
Estos trastornos, le dijeron, podían aparecer en distintas etapas de la vida: en la adolescencia o entre los 45 y 55 años. Ruth entraba en el segundo grupo.
Para Bernie resultó todo un desafío tener que hacer frente a esta nueva realidad familiar. Tenía que lograr que sus hijos comprendieran la situación, pero al mismo tiempo que continuaran con sus vidas lo mejor posible.
Alucinaciones, manías y violencia
Estaban empezando a aceptar los cambios que se habían producido en sus costumbres cotidianas cuando Ruth comenzó con nuevas manías persecutorias. Creía que en la casa había aparatos instalados con los que otros la escuchaban. Y le dijo a Bernie, aterrada, que le habían colocado uno de esos artefactos en su torrente sanguíneo.
El problema de los delirios se volvió recurrente, sobre todo porque Ruth se negaba a tomar las drogas antipsicóticas que le habían recetado. Cada tanto terminaba en una guardia con un brote y la internaban por unos días. Cuando todo volvía a su cauce, le daban el alta y regresaba a casa. Pero, unos días después, dejaba la medicación nuevamente y nadie podía lograr que la tomara. Estaba cada vez más convencida de que esas pastillas eran parte de un hechizo o brujería para lastimarla. Cuando le insistían, se ponía sumamente violenta.
Jeffrey, con las manos lastimadas, cuando fue acusado por el crimen de su madre
La paranoia creció al punto que ella comenzó a esconder cuchillos detrás de la cabecera de su cama para defenderse de sus fantasmas.
Mientras la pareja se deshilachaba y los circuitos cerebrales de Ruth entraban en corto, los chicos intentaron seguir con sus rutinas. Jeffrey era el mejor alumno de todo el secundario y se destacó en básquet. Julia consiguió lo mismo en ballet. Jeffrey se graduó con honores e ingresó a estudiar biología en la Universidad de Michigan. Aseguraba que quería convertirse en doctor para curar la espantosa enfermedad de su madre.
Bernie, por su lado, hacía lo que podía. Tenía dos trabajos y se ocupaba de Julia a quien todavía tenía que llevar y traer del colegio y de las actividades deportivas. Un dibujo que ella hizo a los 9 años lo desarmó: se representó junto a su mamá a quien dibujó llorando.
Ruth vivía en su universo paralelo y no colaboraba. Su resistencia a las drogas para atemperar su serios trastornos mentales la terminaron apartando de todo. Jeffrey parecía ser el más fuerte de los cuatro, el que recogía los pedazos de la familia que habían sido. Se enfrentaba con su madre para obligarla a tomar los medicamentos y, en varias oportunidades, soportó que ella amenazara con suicidarse y matarlo.
A pesar de los esfuerzos, las cosas escalaron para peor. En el año 2010 llegó la violencia.
Ruth no dormía, no tomaba los remedios y controlarla se había vuelto una tarea imposible. Le rogaban que lo hiciera, pero ella gritaba fuera de sí que no lo haría.
Bernie contó que un día, en medio de una pelea sobre el tema, “Jeffrey entró a nuestra habitación para ayudar y ella saltó de la cama y lo agarró del cuello intentando pegarle”. Según su padre, Jeffrey, no reaccionó de ninguna manera: “Nunca lo hacía. Es un alma tierna. No es peleador, es un hijo adorable”.
Esta vez, el escenario fue tan violento que precisaron llamar a la policía. El detective David Hendrick terminó deteniendo a Ruth por violencia doméstica. Pero ¿una enferma psiquiátrica detenida? Las cosas ya estaban demasiado intrincadas en la familia.
Las ampollas en las manos de Jeffrey, que llamaron la atención de los investigadores
Pasó dos semanas presa y, por supuesto, no se presentaron cargos. Pero padre e hijo aprovecharon ese tiempo para pedir a la justicia que instrumentara medidas para poder forzar a Ruth a tomar los remedios. Ya sabían que cuando ella no lo hacía, todo se descontrolaba y ocurrían cosas graves. Consiguieron que desde la cárcel Ruth fuera enviada a un psiquiátrico durante 23 días. Cuando le dieron el alta volvió a su casa. Y, otra vez, empezó a negarse a la medicación.
Era una batalla perdida.
Amenazas que funcionan
Bernie no estaba preparado para estas terribles circunstancias. Estaba harto. Quería a su mujer, pero no podía más. Además, había conocido a Renee Ginell, quien manejaba un local de vitaminas y suplementos GNC. No demoró en refugiarse en ella para escapar de su infierno cotidiano.
Una noche de esas, Ruth los pescó comiendo en un restaurante de la zona y explotó la tormenta perfecta. Bernie decidió pedirle el divorcio y enterrar aquellos votos del matrimonio que dicen “en la salud y en la enfermedad”.
Ruth se desesperó y le juró que estaba dispuesta a hacer lo que fuera para salvar su matrimonio y su familia. Lo convenció y él aprovechó para comprometerla: desde ahora tomaría su medicación sin protestar y lo dejaría acompañarla a todos los médicos para poder estar al tanto de lo que ocurría. Se prometieron mutuamente que volverían a su bella vida de antes.
Ruth cumplió. Volvió a ser una esposa y madre en apariencia feliz. Hacía tiempo que no estaban tan bien. La dicha parecía estar de nuevo al alcance de sus manos.
Hasta la primavera norteamericana de 2011.
La tragedia
El 27 de mayo de 2011, Bernie fue a buscar como todos los días a su hija Julia (11) al colegio. Volvieron a su casa conversando en el auto sobre lo que harían esa misma tarde: tenían como plan limpiar la pileta porque se acercaba el verano.
Llegaron un poco antes de las 14.30 y se dirigieron a la puerta del garaje. Todo sucedió al mismo tiempo. Julia pegó un grito. Bernie vio un brazo asomado. Intentó abrir, pero no pudo porque el cuerpo de Ruth bloqueaba el acceso. Observó un enorme charco de sangre e hizo lo imposible para apartar a Julia y que no viera nada. De inmediato pensó que su mujer Ruth, de 51 años, se había suicidado. Corrió por el jardín a buscar a sus vecinos y luego llamó al 911 y gritó desesperado: “Mi mujer está tirada en el piso, hay sangre por todos lados, no sé qué está pasando”.
La policía llegó al lugar en pocos minutos y la investigación comenzó.
No era un suicidio, era la escena de un crimen extremadamente violento.
El detective Greg Glover contaría luego: “Yo he hecho este trabajo por más de 25 años y esa fue, probablemente, la peor escena de un crimen que haya visto en toda mi vida”.
Ruth había sido golpeada repetidas veces en la cabeza. Con tanto salvajismo que su cráneo estaba abierto como un melón. Además, había sido acuchillada dieciséis veces en el cuello.
“Múltiples, múltiples apuñalamientos en su cuello, y múltiples heridas en la cabeza. Había mucha furia y violencia ahí. Eso es indicación de algún tipo de relación entre la víctima y el asesino”, explicó el detective Hendrick.
Mientras la policía aseguraba la escena del hecho, Bernie llamó a su hijo mayor Jeffrey. A las 15 él empezaba su turno en Spicer Orchards. La primera vez, no lo atendió. Insistió. La segunda contestó y Bernie le dijo: “Jeffrey tenés que venir a casa, ahora”. No le explicó por qué, ni su hijo preguntó nada. Cuando Jeffrey llegó encontró a su padre y a su hermana sentados en la parte de atrás de una ambulancia. Los paramédicos que estaban con ellos, rápidamente, notaron algo llamativo: Jeffrey tenía las dos manos vendadas.
Bernie le anunció a su hijo que su madre estaba muerta, pero dijo no recordar exactamente cómo fue la conversación porque “yo estaba en shock”.
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