El 28 de junio del año 2009 es una fecha que quedará para siempre marcada en la historia política latinoamericana y más aún para el pueblo hondureño. Regionalmente, significó un parteaguas sobre el rumbo constitucional de nuestros países, pero en la nación centroamericana, simbolizó el punto de no retorno que dio paso a la polarización, odio, rencor y violencia. Ese domingo veraniego, el presidente Manuel Zelaya fue removido del poder mientras intentaba llevar a cabo un plebiscito irregular en busca de modificar la Carta Magna para entre otras cosas, habilitar la reelección.
A esto le siguieron una serie de dolorosos sucesos que pusieron en jaque la gobernabilidad, la convivencia e inevitablemente la de por sí ya frágil institucionalidad. A 15 años vale entonces la pena preguntarse: ¿Cómo se llegó a esto? ¿Cuál fue el accionar posterior? ¿Qué podemos aprender?
Por el momento en que estaba América Latina de entonces, la crisis constitucional hondureña tuvo un impacto que trascendía el peso económico del país. Si bien prácticamente ningún gobierno endosó la sustitución ni la forma en que fue llevada a cabo, había una clara diferencia de abordaje pues por un lado estaban quienes asumieron defensa irrestricta del caído mandatario, del otro estaban quienes lamentaban lo sucedido pero a la vez cuestionaban el comportamiento antes del pronunciamiento. Zelaya, para esa época miembro del centroderechista Partido Liberal, no era sindicalista ni ex guerrillero, más bien provenía de una familia acomodada del interior y su vida política la había desarrollado dentro del sistema vigente. Pero como otros antes y después, no pudo resistirse a la política exterior de Hugo Chávez basada en proveer energía barata en condiciones concesionarias para potenciales aliados, liberando grandes fondos para gasto social con fines clientelistas.
Así, el líder electo bajo banderas tradicionales, fue girando hacia una retórica y accionar acorde con la izquierda dura, incluso adhiriendo su país a la llamada Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA). Esta era una diferencia muy palpable con otros miembros pues en los casos de Bolivia y Ecuador, tanto Evo Morales como Rafael Correa significaron ruptura, no mutación. En el caso de Nicaragua, el retorno de Daniel Ortega aunque fue sobre la base de 16 años actuando dentro de un consenso democrático, nunca disimuló su desprecio por este, desestabilizando gobierno tras gobierno y usando el chantaje como su arma preferida. Solo Honduras ejemplificaba cambio de chaqueta, tras la frustración chavista en Ecuador con Lucio Gutiérrez y luego en Perú con Ollanta Humala. Este panorama influía en como Caracas veía a Tegucigalpa en adición a su especial simbolismo geográfico.
Entonces, perder una ficha como esta no era algo que podía depender de límites constitucionales a los mandatos en el poder. Por eso, uno tras uno, los integrantes del ALBA siguieron el mismo libreto de definir a la constitución vigente como causante de todos los males y presentar un proceso constituyente como garante único de la justicia social. Sin excepción, todos pasaron a incluir la reelección presidencial, primero cínicamente con un solo período consecutivo, pero después de forma indefinida. En Honduras, ese era el temor de diversos actores que en “Mel” como se le conoce al líder, veían con serias razones una posible dictadura bajo las directrices del llamado “Socialismo del Siglo XXI”.
A este no le importaron las prohibiciones ni el hecho de que el país estaba convocado a elecciones generales ese mismo año. Quiso seguir adelante por encima de lo que la constitución, la ley, el Poder Judicial y Legislativo decían, hasta que el día supuesto a llevarse a cabo la “consulta” fue sacado forzosamente del poder, luego deportado a Costa Rica. Es aquí donde se complican los escenarios pues si bien la norma establecía claramente que debía ser destituido todo funcionario que promoviera cambios en el régimen de gobierno, especialmente el principio de alternabilidad, no había una clara regulación para ello. Evidencia de esta debilidad fue la caótica sesión del Congreso unicameral donde se leyó una supuesta renuncia del caído Jefe de Estado para dar paso a un interinato encabezado por Roberto Micheletti, liberal.
Aunque solo le quedaban 7 meses en el Ejecutivo, no faltaron intentos por restituir a Mel, que como bien sabemos, no sucedió y luego de recibir salvoconducto, salió de la Embajada de Brasil donde se encontraba como huésped hacia República Dominicana que lo acogió hasta 2011. El mismo día que Zelaya abandonaba el país, asumió Porfirio “Pepe” Lobo del conservador Partido Nacional con un mensaje de unidad que no fue posible concretar. 12 años de dicha formación en el poder tuvieron frutos importantes en materia de seguridad y señales de crecimiento económico, pero las pasiones no disminuyeron, especialmente después que en 2015 si quedara habilitada la reelección en una cuestionable decisión judicial.
Se dice que el anti-reeleccionismo es lo más parecido a aquella salsa de la legendaria disquera Fania All-Star que reza “Quítate tú para ponerme yo” y los hondureños no tenían mucha razón para pensar distinto pues si después de semejante drama, los sucesores aplicaron aquello que antes fue descrito como inaceptable. El poder en este caso, claramente desgastó a sus inquilinos, hábilmente aprovechado por el zelayismo ya no liberal, sino aglutinada en un formación de clara inspiración izquierdista llamada LIBRE. Sabiendo que no tenían por sí solos fuerza suficiente para concretar una victoria electoral tras las experiencias 2013 y 2017, privilegiaron un amplio acuerdo en 2021 con el cual si lograron reconquistar el poder, ahora en persona de la ex Primera Dama, Xiomara Castro en su segundo intento.
Han pasado 15 largos años y el panorama regional ya no es el mismo. Chávez no vive, los petrodólares escasean y la población latinoamericana, si bien exhibe vulnerabilidad ante los discursos extremistas ya es menos parcial a la filiación izquierdista. Esto lo saben varios actores dentro de lo que Sebastian Grundberger definió como “La Galaxia Rosa” en su más reciente libro y por eso se escudan detrás de varias organizaciones o buscan cooptar otras para disimular sus metas de hoy, las mismas de ayer.
Al momento de publicar este escrito, Tegucigalpa es sede de un encuentro organizado al mismo tiempo por el Foro de Sao Paulo, el Grupo de Puebla y la mal llamada Internacional Progresista. La excusa es conmemorar la década y media de aquel frustrante capítulo en la historia política y social de Honduras, pero las intenciones son claras. En vez de aprender lecciones, pontificar sobre la superioridad ideológica de su sector y bajo disfraz académico, hacer proselitismo con la historia que simplifican acorde con las necesidades de su relato.
Honduras ostenta actualmente la Presidencia Pro-Tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) que también se ha querido utilizar como aval para declaraciones de interés particular. Esto ha sido enmendado por gobiernos de toda la región, incluyendo centroizquierda, centro y centroderecha pues se trata de un organismo donde todos participan, no una plataforma ideológica. En vez de retroceder, más bien se envalentonan y al citado encuentro le han sumado la etiqueta de CELAC Social con el claro fin de presentar un consenso que no existe.
El encuentro pasará, pero lo que no debe perderse de vista es que la historia está ahí para aprender de ella, tanto los aciertos como los errores. Permitir que interesados se apoderen de su significado para imponer relatos legitimistas parece trivial hoy, pero mañana nos deja preguntándonos por qué el extremismo encuentra eco en sectores medios. Recordemos esta fecha en solidaridad con los hondureños, esperando que no se vuelva a llegar al punto de que la política salga de los espacios institucionales hacia las trincheras. Porque primero es uno, luego otro, luego otro…
Por: Embajador Jatzel Román
Vicepresidente Ejecutivo
Centro de Análisis para Políticas Públicas (CAPP) República Dominicana