Según Eduardo, esos remedios funcionan. “Como en las farmacias (todas estatales) nunca hay medicamentos y mi jubilación de 1,780 pesos -equivalente a cinco dólares y cincuenta centavos- no alcanza para comprarlos en el mercado negro, recurro a la medicina verde, natural”. María, su esposa tiene 76 años y fue maestra de enseñanza secundaria. Además de realizar repasos escolares, le zurce ropa a los vecinos y elabora y vende durofríos en el barrio. “Así y todo, el dinero no nos alcanza», dice Eduardo.
El matrimonio come poco y mal. Nunca desayunan y hacen una sola comida caliente al día. El menú apenas varía: dos cucharones de arroz blanco, un poco de picadillo de soya o un huevo salcochado y, ocasionalmente, ensalada de pepino o tomate. El domingo el plato de lujo que acompaña al arroz blanco es un potaje, de frijoles negros o colorados, y vianda hervida, que puede ser boniato, calabaza o plátano burro.
Residen en un desvencijado apartamento en el caótico reparto Alamar, al este de La Habana. El feo edificio de cinco pisos parece construido hace un siglo. Trozos de repello se han desprendido y las filtraciones de cañerías rotas muestran lamparones negros en las paredes exteriores. Faltan tramos de la escalera y el bullicio es infernal.
“Repartos como Alamar fueron construidos cuando el delirio del comandante en jefe [Fidel Castro] estaba en su esplendor. Los albañiles, electricistas y plomeros éramos profesionales que jamás habíamos trabajado en la construcción. Pero a Fidel se le ocurrió que las microbrigadas eran la solución para resolver el déficit de viviendas en Cuba”, explica Eduardo.
El resultado fueron edificaciones horriblemente diseñadas y peor construidas, una comunidad sin los adecuados trazados urbanísticos, escasos comercios y centros de ocio. “Muchas personas le agradecían a Fidel tener una vivienda. Luego comprendí que nos habían manipulado y adoctrinado. Cuando repartieron los apartamentos, hubo broncas y piñazos entre viejos amigos, delaciones y chanchullos, porque querían demostrar sus méritos y fidelidad a la revolución. Un espectáculo bochornoso”, cuenta Eduardo.
Damián, licenciado en historia, reconoce que “una de las estrategias de Fidel era enfrentar al pueblo entre sí. Consiguió que rechazáramos a quienes pensaban diferente. A las personas y empresas que generaban riquezas las catalogaba como ‘enemigos de clase’. Y, por tanto, había que insultarlos, pisotearlos y decomisarles sus propiedades hasta lograr que se marcharan del país. Muchos cubanos caímos en esa trampa. Se le debe una disculpa pública a los compatriotas que fueron forzados a emigrar”.
Julia, residente en Tampa desde 1994, recuerda que además de las constantes crisis económicas, de los apagones y la perenne escasez, «comer carne de cerdo el 24 de diciembre era señalarse como desafecto del proceso. Fidel Castro creó un pensamiento uniforme. Todo era a golpe de decretos, campañas y disparates, como sembrar café en el llamado Cordón de La Habana, desecar la Ciénaga de Zapata para cosechar arroz o derribar miles de árboles frutales para sembrar caña de azúcar. El odio hacia los que decidíamos irnos del país se convirtió en política de Estado. Nos decían gusanos, apátridas, escoria. Hoy la situación es mucho peor que hace tres décadas y ahora quieren que los dólares de los exiliados financien a la dictadura. Cuba siempre ha estado inmersa en una crisis tras otra y en supuestas amenazas de Estados Unidos. La realidad es que el sistema no funciona. Díaz-Canel será el sepulturero de ese disparate”.
El verano de 2024 promete ser muy duro en la Isla. El régimen anuncia otra vuelta de rosca que hará aun más difícil la vida de los cubanos. En fecha reciente, el Consejo de Ministros anunció fuertes recortes económicos y ordenó paralizar algunas inversiones. También se aprobó un plan para disminuir transferencias de recursos al sector empresarial y restringir los gastos corrientes y de capital del sector presupuestado. Otros de los objetivos, sin explicar cómo, son impulsar una mayor captación de remesas, incrementar las producciones nacionales, ingresos por exportaciones y “otras fuentes de financiamientos necesarias” .
El ministro de Economía y Planificación, Joaquín Alonso Vázquez, confirmó el retroceso económico y calificó la situación de muy “compleja”. El primer ministro Manuel Marrero y Miguel Díaz-Canel, el presidente designado a dedo por Raúl Castro, describen el escenario como economía de guerra. Los burócratas del régimen han autorizado diversos paquetes de medidas en un intento por frenar la creciente inflación, la caída de producciones agrícolas y la elaboración de alimentos. Pero el panorama sigue igual.
Gustavo, economista, considera que la “crisis estructural de la economía cubana comenzó 35 años atrás, en noviembre de 1989, con la caída del Muro de Berlín primero y posteriormente del campo socialista y de la URSS. El modelo creado por Fidel Castro nunca fue sustentable. La revolución siempre fue más política y social que económica. No desarrolló un tejido industrial y una agricultura sostenible. Dependía de los subsidios del Kremlin y del resto de los países de Europa del Este. Cuba nunca superó el denominado Período Especial implantado por Castro a inicios de la década de 1990″, afirma y concluye:
«Lo que hubo fue un espejismo, un paréntesis, con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela. Chávez y Maduro fueron una especie de Santa Claus. Subsidiaron al gobierno con sus petrodólares por casi veinte años. La fiesta duró hasta que comenzó la crisis en Venezuela. Por efecto dominó esa crisis impactó en la Isla, que arreció con la llegada de la pandemia y la desastrosa aplicación de la Tarea Ordenamiento el 1 enero de 2021, que fue la gasolina que catapultó a la inflación. Se siguen aprobando decretos y paquetes de medidas, pero la economía no se activa. La actual dirigencia no tiene soluciones a la mano, no sabe cómo salir de la crisis económica y frenar la inflación. Reinciden con torpes estrategias que no han funcionado, como topar el precio de los alimentos en el sector estatal y el privado. Algo sumamente peligroso, pues pudiera ocasionar mayor déficit y una nueva espiral inflacionaria”.
La mayoría de los analistas coinciden que la solución pasa por reducir el gigantesco aparato burocrático del Estado y las fuerzas armadas, cerrar entidades como Comercio Interior, Acopio, Vivienda, CDR, FMC, las más de 200 empresas estatales irrentables, privatizar la red de gastronomía del Estado y reducir el número de provincias a seis, como era hasta 1976, cuando se establece una nueva división político-administrativa.
Actualmente Cuba tiene 14 provincias (Pinar del Río, Artemisa, Mayabeque, La Habana, Matanzas, Cienfuegos, Villa Clara, Sancti Spiritus, Ciego de Ávila, Camagüey, Las Tunas, Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo) y un municipio especial, la otrora Isla de Pinos, rebautizada Isla de la Juventud. Desde 1878 y hasta 1976, eran seis las provincias cubanas: Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Las Villas, Camagüey y Oriente. La Habana siempre fue la capital y bajo su jurisdicción quedaba Isla de Pinos.
En opinión de Damián, licenciado en historia, “el reordenamiento territorial y la reducción del enorme aparato burocrático en municipios, provincias y a nivel nacional, supondría el ahorro de miles de millones de pesos y toneladas de combustible. No tiene sentido que exista un monstruoso ministerio como el de Agricultura, con miles de funcionarios que no laboran en los campos, si no en oficinas. Los recortes para salir de la crisis deben hacerlos en todas las instituciones del Estado, no exprimiendo al pueblo ni elevando el precio del combustible y la electricidad. Tampoco es prudente mantener elevados aranceles a los emprendedores privados y desatar una cacería para que las MIPYMES bajen los precios”.
La población, agobiada por el desabastecimiento generalizado, ha reaccionado con una mezcla de indiferencia y frustración a la propuesta de economía de guerra decretada por la dictadura verde olivo. “¿Qué podemos hacer?, se pregunta Luis Daniel, chofer de ómnibus urbano. Los errores del gobierno siempre los paga el pueblo. Si te quejas, te amenazan con meterte preso. Cada vez estamos peor. La solución es largarse de esta mierda”.
El dueño de una MIPYME que recientemente participó en un encuentro con funcionarios del gobierno, asegura que “uno les argumenta, con detalles, que no es cierto que ganemos miles de dólares, que es la diversificación de productos lo que permite obtener ganancias y que si topan los precios, la mayoría de los emprendedores van a tener que cerrar sus negocios y habría una hambruna en el país, pero ninguno mueve un músculo de su rostro. Es como si hablaras con una pared”.
El dueño de un bodegón privado considera que “detrás de esa campaña para culpar al sector privado de los altos precios y la especulación hay un marcado interés por sacar de juego a los emprendedores que le hacen competencia a las MIPYMES favorecidas por el gobierno y que todo el mundo sabe que funcionan con otras reglas de juego”.
Eduardo y María, el matrimonio de jubilados, hace tiempo no confían en el relato del gobierno y los medios estatales. “Todo lo que dicen es mentira. Cada vez que hablan o escriben, el precio de los alimentos sube”. Ellos solo quieren vivir con dignidad. Y que no les falte la comida ni medicamentos básicos como el paracetamol. No piden mucho.