Las cárceles venezolanas son lugares de sufrimiento, donde los presos enfrentan torturas, hambre, enfermedades y violencia constante. Una situación que se ve agravada por la falta de información oficial a los familiares de los detenidos, quienes viven en una constante angustia al no saber del paradero o estado de sus seres queridos.
La ONG Foro Penal Venezolano (FPV) y otras organizaciones registran 301 personas privadas de libertad por motivos políticos. Además de 102 detenciones, en lo que va de año, relacionadas con la campaña electoral de la oposición de cara a las elecciones del 28 de julio, encabezada por María Corina Machado, para promover la candidatura presidencial de Edmundo González Urrutia.
En una entrevista con el diario El Nacional, el sociólogo venezolano, Tulio Hernández, abordó los aspectos psicológicos y emocionales que afectan a las víctimas del asedio y atropellos del chavismo a la oposición venezolana.
“Hay detenidos a quienes muchas veces no les permiten recibir visitas, y esto se pospone durante semanas e incluso meses. La negación sistemática de visitas familiares puede ser vista como una forma de trato cruel, inhumano o degradante y, en algunos casos, podría llegar a considerarse tortura, dependiendo de la gravedad del impacto psicológico y emocional», enfatizó el también articulista, quien actualmente reside entre Madrid y Bogotá, tras una amenaza de cárcel por parte de la dictadura chavista.
«No me queda duda alguna de que un preso político al que no se le permiten visitas familiares ni nombrar sus propios abogados está triple e injustamente secuestrado», añadió.
—¿Qué efectos psicológicos y emocionales pueden experimentar los presos al ser privados de visitas familiares y de la posibilidad de nombrar abogados?
—No he hecho estudios de campo sobre el tema, pero no me queda duda alguna de que un preso político al que no se le permiten visitas familiares ni nombrar sus propios abogados está triple e injustamente secuestrado.
Primero, porque generalmente, al menos en el régimen venezolano, el detenido no ha cometido ningún crimen o delito, sino que se trata de un preso de conciencia, alguien que ha sido sometido a prisión, generalmente sin debido proceso, por disentir del régimen autoritario que gobierna a su país.
Segundo, porque incluso los presos condenados por crímenes flagrantes, tienen derechos, están protegidos por acuerdos internacionales y las leyes nacionales, que deben ser respetados. Si además de estar preso, que es ya un sufrimiento, se te impide contactos con familia o amigos, obviamente debes entrar en un estado emocional de desesperación, desubicación y desequilibrio porque los seres humanos, incluso los más hostiles, somos esencialmente gregarios, sociables, necesitamos de los otros para poder reconocernos como personas.
Y, tercero, porque en un régimen no democrático, si tienes que someterte a un defensor público, si no puedes elegir tu propio abogado, sabes que estás expuesto a una defensa sesgada, parcializada, y no puedes confiar en él. Entonces, la ansiedad se magnifica porque sabes que estás condenado a priori y sin defensa posible.
—¿Cómo impacta en las familias de los presos la imposibilidad de visitarlos y la falta de comunicación directa con ellos? ¿Qué efectos emocionales y sociales pueden sufrir estas familias?
—Es una tragedia. Ya que algún familiar esté preso, por cualquier razón, no solo política, es un sufrimiento. Pero, además, si no puedes verlo, y en algunos casos no saber dónde está detenido, genera un duelo parecido al de la muerte, el de su desaparición. Es un tormento, especialmente para los padres, los hijos y los hermanos. Es una forma de castigo, de tortura, de angustia permanente, que te desgarra interiormente y te hace la vida diaria un suplicio.
—Desde el punto de vista sociológico y de los derechos humanos, ¿qué implicaciones tiene la restricción de visitas familiares y la negación de la posibilidad de nombrar abogados para el sistema de justicia, la percepción pública de la legalidad y equidad del sistema penitenciario en Venezuela?
—Pues sencillamente es un acto de violación de los derechos humanos más elementales, de perversión, de inexistencia de un sistema penitenciario democrático, ajustado a derecho. Una expresión de barbarie y, yo diría que, de crueldad, ensañamiento y de sadismo.
—¿Existen estudios o comparaciones con otros contextos o países donde se hayan implementado restricciones similares? ¿Cuáles han sido los resultados y lecciones aprendidas en esos casos?
—Internacionalmente, hay muchos investigadores que se han dedicado al estudio comparado de las políticas penitenciarias, centrándose básicamente en los temas de seguridad, infraestructura, condiciones ambientales, salud, reinserción social, respeto a los derechos. Pero en el caso venezolano ha sido muy difícil por la negativa del gobierno a permitir el acceso a los lugares de reclusión, y porque como en el caso de la Venezuela del “Socialismo del siglo XXI” no hay autonomía de poderes, y la Fiscalía y el sistema de justicia no son independientes, como se supone que debería ser en una democracia, es muy difícil realizar estudios confiables.
Sin embargo, todos los estudios que conozco apuntan a tres conclusiones: una, que como muchos países latinoamericanos, en Venezuela tenemos uno de los peores sistemas penitenciarios del planeta, caracterizado por la superpoblación, es decir, el hacinamiento, las condiciones de vida insalubres, la ausencia de actividades de rehabilitación y el alto número de homicidios por riñas internas.
Dos, que como el sistema de justicia es tan lento y burocrático, muchos de los detenidos pasan años esperando un juicio y cuando el juicio llega la condena es menor, a veces en dos o tres años, que el tiempo que pasaron entre rejas esperando el proceso legal.
Y, tres, que en el caso de los presos político de hoy en Venezuela se le añade otras condiciones terribles: las torturas que ahora ya no son solo físicas (me refiero a golpes, mecanismos de asfixia, descargas de electricidad en los genitales, que igual las siguen haciendo), sino sicológicas y de destrucción moral a través de violaciones sexuales. Sobre todo una técnica que han traído los iraníes, aliados del chavismo, que consiste en que un hombre, un esbirro, viola a otro hombre por vía rectal, viola a un preso político, y lo hace frente a su novia, o su esposa, a la que se le obliga a ver la escena para que le quede claro de qué se trata el poder.
Hay personas que han estado detenidas, más bien deberíamos decir secuestradas, que me han contado cómo, para torturarlas, les ponen durante toda una semana entera altavoces con música a insoportables decibeles o reflectores de altísima luminosidad, de manera que el encarcelado no puedan dormir o no sepa cuando es de día y cuando de noche. Es muy difícil en esas condiciones sobrevivir, no perder la cordura. Pero gracias a su fuerza interior y sus convicciones democráticas, luego de estos sufrimientos, muchos de ellos han quedado afectados pero no derrotados. Y, muchos también, se han dedicado a divulgar en otros países, de manera muy efectiva, lo que se vive —el horror de la tortura, incluso del asesinato— en muchas cárceles venezolanas especializadas en la prisión de activistas políticos, ONG y defensores de derechos humanos.
FUENTE: Con información de El Nacional