El padre de Daniela Mostacilla murió abatido en combate un día de julio de 1991, cuando la joven tenía apenas cuatro días de nacida. El hombre, miembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), fue enterrado en un lugar desconocido para su familia, cuyo descubrimiento fue por décadas la misión de vida de Mostacilla.
Daniel Hernández Ramírez fue llevado a las filas del grupo armado cuando tenía ocho años. Allí se hizo adulto y conoció a la madre de Daniela, una mujer que tenía en ese momento unos 16 años y era originaria del municipio de Caldono, en el departamento del Cauca.
Sus vidas dieron un vuelco cuando la madre de Daniela tenía siete meses de embarazo. Un accidente hizo que la mujer tuviera que salir de las filas de las FARC y mudarse a una vereda donde nació y se crió Mostacilla. Sin embargo, en el proceso, a Hernández Ramírez le encargan la toma de una estación de policía en el corregimiento de Mondomo.
“Iban camuflados en una chiva, sin embargo, los delataron. Ellos tienen una emboscada y ahí matan a mi padre”, contó Mostacilla en entrevista con la Voz de América. Al hombre, conocido como alias “Manuel”, lo intentaron enterrar a la orilla de la carretera, sin embargo, terminó siendo sepultado en un cementerio de la comunidad junto a un compañero que también murió.
La madre de Daniela “no tuvo certeza de qué pasó con mi papá”, según cuenta. Sin embargo, al pasar el tiempo sin el regreso del hombre sospechó lo peor.
“Pasaron los dos meses y no había razón de mi papá. Hasta que un día, haciendo aseo en una casa finca, lee la noticia de que a mi papá lo habían dado de baja. Ella alcanza a estar conmigo hasta los siete meses de edad… no quería volver al conflicto… y toma la decisión de huir. Obviamente se le es más fácil huir sin un bebé y me deja en una guardería de Bienestar Familiar”, contó.
El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar es la entidad encargada de garantizar los derechos de los niños, que ofrece guarderías como un servicio de atención infantil. En uno de esos hogares creció Daniela.
“Desde pequeña siempre tuve claro cuáles fueron mis orígenes y yo sabía que ellos no eran mi familia biológica. Sabía quién había sido mi madre y tenía algunos comentarios sobre quién había sido mi padre”, continuó Mostacilla.
En este territorio colombiano, según cuenta, era “muy común” ver a la guerrilla en los caminos, colegios y casco urbanos. A los seis años, mientras jugaba en la calle, llegaron dos guerrilleros a la casa donde vivía.
“Yo entré y recuerdo mucho que uno de ellos me cargó sobre las piernas y yo le dije ‘papá’, en mi inocencia. Y él me dijo: ‘No, su papá está muerto’. Sin embargo, yo en ese momento no entendí y me pasó las piernas del otro y dijo: ‘Uy, tan grande que está la hija de Miguel’… desde ese momento yo supe que mi papá se llamaba Miguel y que él estaba muerto”, contó Mostacilla.
Aunque era una niña, ese momento sembró en Daniela una necesidad de encontrar su identidad y su familia. Tiempo después, cuando cumplió 13 años, comenzó su búsqueda incansable por los restos de su padre.
En el pueblo, los ciudadanos recordaban los momentos del conflicto armado que incluían la muerte de guerrilleros. Daniela recorrió la comunidad haciendo preguntas sobre su padre, quién lo recordaba y dónde podría estar. Hasta que se topó con don Jaime.
El hombre fue quien estuvo a cargo de enterrar al padre de Daniela más de una década atrás.
“Me dijo que a mi papá lo trajeron muerto. Me dio todo el detalle, que los iban a enterrar en la vereda de abajo y la comunidad les dijo que no, que eso era una falta de respeto, que eso era para tener problemas con la Fuerza Pública… la guerrilla entró a su casa a buscar unas palas y ahí vieron que se trataban de dos muertos”, dijo.
Don Jaime dejó una seña donde había enterrado los cuerpos, sin embargo, 14 años después, la tierra se había movido y era imposible reconocer el lugar exacto donde estaría el padre de Daniela.
Durante dos años, la joven comenzó a hacer búsqueda de fosas viejas, investigar qué tipo de misiones y combates ocurrían en la zona, y así poder descartar no sólo las condiciones en las que estaría el cuerpo de su padre sino el punto de su entierro.
“Yo le llevaba flores, yo le hablaba y siempre le hice una promesa.Yo le dije yo de acá lo voy a sacar. Yo le dije: ‘papá yo se lo prometo que de acá me lo llevo conmigo’”, contó Daniela.
Alrededor de la misma época, Mostacilla se reencontró con su madre biológica, a quien le pidió detalles sobre la vida de su padre. La mujer, conocida como Marisel, le confirmó el nombre real de su padre y lo que había sucedido alrededor de su nacimiento.
Más adelante, en 2016, luego de la firma de los acuerdos de paz entre el gobierno colombiano y las FARC, Daniela entró en conversación con la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD) para entregarles toda la investigación alrededor del lugar de entierro de su padre.
“Yo les digo mi papá se llama así, murió en tal combate, está en tal cementerio. Yo misma hago el croquis del cementerio. Yo misma tomo las coordenadas y hago todo el proceso, lo entrego y les digo: ‘ayúdenme y entréguenmelo. Es lo único que les pido’”, agregó.
El proceso en el que finalmente Daniela pudo tener los restos de su padre, duró cerca de tres años más. La falta de documentación de su padre, al ser combatiente de las FARC, fue uno de los mayores retos.
Finalmente, en 2022 el cuerpo del padre de Mostacilla fue exhumado y en septiembre de 2023, la joven logró tener una ceremonia privada familiar para honrar su memoria y conmemorar que al fin se habían reunido.
“De él conservo las prendas, el camuflado con lo que lo recuperaron ese día y es como el tesoro que yo tengo de él, porque yo nunca lo conocí. He buscado por todos lados fotos de él, pero es imposible. Y lo único que yo le pedí a la unidad y a la jefa era que me dejaran eso físico para poderlo recordar”, narró Daniela.
“El primer encuentro físico que tuvimos mi papá y yo fue yo parada frente a un hueco, viendo un esqueleto embozado en una tela de camuflaje”.
Así entonces, Mostacillas cumplió a su padre la promesa de reunirse tras más de 30 años de vida. En el proceso, según cuenta, perdió su inocencia y su niñez.
“No me duele porque sé que fue un acto de amor puro, de una hija hacia un padre que a pesar del conflicto, siempre pensó en tener una familia”, agregó. “Mi mamá me rechazó, pero mi papá de alguna manera quiso que yo estuviera para él y fue lo que me mantuvo firme”.
Ahora, Daniela dedica sus esfuerzos a apoyar la búsqueda de desaparecidos y acompañar a quienes aún no encuentran a sus familiares, sin importar que hayan pertenecido o no a la guerrilla.
«El camino de la búsqueda»: una muestra fotográfica
La lucha de Daniela se repite en cientos de miles de víctimas del conflicto armado en Colombia. En honor a esa búsqueda, el Instituto de la Paz de Estados Unidos estrenó en octubre una exhibición fotográfica en Washington que transmite a través de imágenes, el completo trabajo de la búsqueda de personas desaparecidas en el país.
“Esta exposición describe todo el trabajo que hace la Unidad de Búsqueda de Víctimas del conflicto armado en Colombia…. Lo interesante de esto es que es la primera vez que la UBPD describe cómo es este trabajo de buscar a víctimas desaparecidas por el conflicto armado. Entonces las buscan desde las montañas, en los pantanos, en pozos de agua. Y es un trabajo muy arduo y de mucha paciencia”, dijo a la VOA Lucila Del Aguila, oficial senior del programa para América Latina del Instituto de Paz de Estados Unidos.
Las fotografías reflejan la labor de la UBPD desde 2018, así como la memoria y el duelo que deja el conflicto armado en el país.
“La unidad es una institución que se creó en el marco del Acuerdo de Paz colombiano, con el propósito de encontrar a los más de 111.640 desaparecidos que a hoy figuran en nuestro universo de búsqueda”, explicó a la VOA Luz Janeth Forero, directora general de la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas.
Forero explicó que la labor se hace no solo en la búsqueda de víctimas de desaparición forzada propiamente dicha, sino también víctimas de secuestros y personas reclutadas forzosamente.
“Detrás de cada desaparecido hay una persona que sufre, una familia que sufre y lo está buscando. Y ese es el principio reparador de la búsqueda… nosotros insistimos que es una búsqueda sin estigma, sin exclusión, sin discriminación o sin prejuicio”, agregó Forero.
La exposición comprende una treintena de fotos y busca “hablar de desaparición”, así como “evitar el negacionismo que inclusive hoy persiste en Colombia”, agregó la directora de UBPD.
“En la medida que se reconozca que Colombia ocurrió desaparición, podemos hacer también lo que llamamos pedagogía para la búsqueda. Podemos contribuir de alguna manera a prevenir nuevas desapariciones”, concluyó.
A través de la exhibición, según Del Aguila, el Instituto de la Paz busca resaltar “el legado de lo que sucede cuando un país está envuelto en un conflicto por medio siglo”, y enviar un mensaje a los colombianos en el exterior que tengan familiares desaparecidos, a comenzar el proceso de búsqueda con la UBPD.
La muestra fotográfica estará disponible hasta el 25 de noviembre en la sede del Instituto de la Paz.
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