El dueño del restaurante privado colocó en la entrada un árbol de navidad y dos enormes muñecos inflables con bufandas que decían Merry Christmas. Un empleado, disfrazado de Santa Claus, reparte chicles a los pocos clientes que se atreven a pasar después de ver en la carta los altos precios.
Un almuerzo para tres personas, sin tomar cerveza ni pedir postre, ronda los 60 dólares o su equivalente en moneda nacional, 19 mil 260 pesos, según el cambio en el mercado informal. Esa cantidad representa el salario de cuatro meses de un profesional en la Isla.
Un cubano residente en la Florida y tres amigos que beben mojitos mientras ven el partido de fútbol del Liverpool y el Manchester City. Son los únicos parroquianos. Un hombre con un frac, sentado en la banqueta de un piano, bosteza aburrido. La copa de cristal donde al pianista le dejan propinas está vacía. Las dependientas chacharean, a la espera de que los clientes pidan otra ronda de tragos.
Germán, el dueño del negocio, observa desde una ventana de la cocina el salón desierto y comenta: “Después de la pandemia es así casi siempre. Un día malo, otro regular y el próximo peor. Muy pocas familias pueden gastar 15 mil o 20 mil pesos en una comida. Intenté bajar los precios con platos más económicos y perdí la pequeña clientela que tenía”.
Ya el negocio se ha vendido un par de veces y Germán tiene planes de volverlo a vender. “La cuenta no da. En los barrios periféricos de la capital, lo que funciona son las pizzerías baratas, donde en un trozo de papel por ciento y pico de pesos te dan una torta de harina con queso casero y un brochazo de puré de tomate aguado que se vende como pizza. Los que pueden darse el lujo de comer en una paladar, prefieren ir al Vedado, Miramar o La Habana Vieja”.
Colegas de la zona piensan igual que Germán. Pero casi todos fueron más decididos y cambiaron el modelo de sus emprendimientos. En 2018, en las siete cuadras del tramo comprendido entre la Avenida de Acosta y San Mariano hasta la calle Espadero, se localizaban 19 negocios privados: cinco paladares, ocho cafeterías (unas de entrepanes y otras de comida criolla) y seis pizzerías.
Geovany, ex dueño de una cafetería de comida criolla, cuenta que “a pesar de la aparente sobresaturación de emprendimientos gastronómicos en la zona, cada cual tenía su parcela de clientes. Hace seis años, yo vendía 300 almuerzos e igual número de comidas diariamente. Mis principales clientes eran vecinos de barrios cercanos y taxistas particulares. Una ración de arroz congrí, ensalada de estación y masas de puerco fritas costaba 40 pesos. Ahora esa ración tendría que venderla a 700 pesos”.
A partir de 2018, muchos propietarios vendieron sus negocios o cambiaron el formato de cafeterías y restaurantes por bodegones y mercados de alimentos, ropa y artículos de aseo. Uno de ellos fue Osmel, quien reconvirtió su paladar en un bodegón. «Aunque las ventas son lentas, la mayoría de los productos se venden. Las ganancias no son muy altas, pero te aseguran beneficios. Y no tienes que estar rompiéndote la cabeza programando el menú del día, porque debido a la escasez y el alza de precio, es bastante complicado ofertar cinco o seis platos diferentes”.
Germán, el dueño de Villa Hernández, a pesar de abrir una pequeña taberna a un costado del restaurante, donde vende pollo frito, entrepanes y cerveza, reconoce que si no cambia el modelo de negocio se arruina. «Desde hace meses tengo pérdidas. Y con el gobierno subiendo cada vez más los impuestos y las fiscalizaciones, nos están asfixiando lentamente. Ningún negocio, si no está manejado por un testaferro o pariente de un peso pesado del gobierno, puede salir adelante en el actual escenario”.
Alberto, propietario de una cafetería, dice que “ya de arriba (del régimen) han dado la orden de acabar con los ‘bisnes’ que no son de ellos. Gradualmente van aplicando decretos y a golpe de aranceles, obligarnos a cerrar los negocios, traspasarlos. Primero comenzaron violando descaradamente la regulación de que en el primer año las MIPYMES no pagaban el impuesto anual».
Según Alberto, el 70 por ciento de las MIPYMES en el mundo cierran en sus dos primeros años de funcionamiento debido a las pérdidas. «Sin embargo, en Cuba no te exoneran el primer año. Después aplicaron un corralito financiero. Solo se podía vender 80 mil pesos diarios y 200 mil pesos mensuales. Al no venderte los bancos divisas, tienes que comprarla en la calle a precio de oferta y demanda. El gobierno habla todos los día del bloqueo, pero olvida que la principal barrera para que el país se desarrolle es el propio Estado», y se pregunta:
«¿Si podemos importar directamente, por qué tenemos que contratar una empresa estatal para esa labor? Esas compañías cobran hasta un 20 por ciento de arancel. Y debido al burocratismo, la desidia y la corrupción, los envíos se dilatan. Las autoridades vieron un filón para recaudar dólares y han creado un montón de empresas importadoras en el puerto del Mariel que administra GAESA. El 80 por ciento de las mercancías te las venden ellos para quedarse con las divisas”.
“Luego tú tienes que pagar 70 mil u 80 mil pesos para transportar la mercancía hasta La Habana. Y, encima, te topan los precios de seis productos. Los controles y las injerencias del Estado son a la cara. Pretenden que los dueños de negocios nos encadenemos con empresas estatales, pagando nosotros sus ineficiencias y sus pérdidas. Este año han subido los impuestos al 50 por ciento de los productos importados que, según ellos, no son importantes. El gobierno es el culpable de la inflación y el desabastecimiento”, concluye Alberto.
La tapa al pomo, considera Germán, es el nuevo decreto que “legaliza los apagones por tres días o más en el sector privado. Es un absurdo, una arbitrariedad. Si quieren eliminarnos, es más fácil que te lo digan y punto. No ahogándote poco a poco. Te dicen, descaradamente, que te compres un sistema fotovoltaico o una planta eléctrica. Muchos negocios tienen plantas, pero es difícil comprar el combustible».
Y explica que un sistema fotovoltaico para su paladar que consume dos mil kilowatts al mes, cuesta de cuatro a cinco mil dólares en Estados Unidos. «A eso hay que añadir mil dólares o más por el flete, y no menos de 500 dólares por la instalación. Si no lo haces en un plazo determinado de tiempo, amenazan con cortarte la luz. ¿De verdad esta gente piensa que somos ricos?”, se cuestiona Germán.
Geovany piensa que “la guerra económica del gobierno es contra el pueblo y contra el sector privado. Están desesperados por la falta de dólares. Y pretenden captarlos exprimiendo al máximo a los particulares. Lo de los apagones por decreto es una locura. Muchos emprendedores viven en el mismo sitio donde tienen sus negocios. Quieren quitarse la responsabilidad de garantizar la generación de electricidad en los negocios no estatales, inventando medidas contraproducentes. Si no pueden administrar el país, que privaticen los servicios básicos”.
German advierte que cuando se comience a aplicar ese decreto sobre los apagones, “subirán los precios del consumidor, se disparará aún más la inflación y cientos de negocios afectados por las pérdidas se verán forzados a cerrar”.
En resumen, más hambre y más necesidades para los cubanos.