Un viejo refrigerador Haier, una arrocera que ya perdió el esmalte y un anacrónico televisor de tubos catódicos con una pantalla de 21 pulgada son los artículos de más valor junto a un radio VEF de la era soviética que cuando usted golpea con el puño le permite escuchar las novelas que se trasmiten por Radio Progreso.
Zuraima, 58 años, mulata corpulenta, es la propietaria de la ruinosa vivienda emplazada en el pasillo interior de una cuartería con peligro de derrumbe en el municipio Diez de Octubre, al sur de La Habana.
“El baño y el lavadero son colectivos. Las broncas que se arman a veces a la hora de bañarse o lavar son de coger palco. Cada vecino tiene sus tanques de agua. Cuando pasan las guaguas y camiones por la calzada, las estructuras vibran como si hubiera un terremoto. Antes de acostarme a dormir me persigno. Nunca se sabe el día que esto se venga abajo”, dice Zuraima, quien lleva 40 años viviendo en la cuartería.
“Tengo dos hijos y tres nietos. El varón está preso por robo con fuerza y la hembra vive con su marido. Mis padres fallecieron cuando yo tenía 17 años. Desde entonces he tenido que janeármela sola. Estudié hasta noveno grado. Fui madre muy joven. No he tenido suerte con los hombres. Por la mañana limpio pisos en un hospital y por la tarde cuido a una señora en su casa. Nací pobre y moriré pobre”, confiesa Zuraima.
Hace veinte años, una o dos veces al mes, ella iba a los Jardines de la Tropical, a bailar y tomar cerveza a granel. O a los bailables en la Plaza Roja de La Víbora. «En esa época, el Micha, los Cuatro o el Chacal actuaban en los barrios pobres y no había que pagar para verlos. Lamento el asesinato del Taiger, pero la Tranca y el resto de los reguetoneros se han mercantilizado. Vienen a Cuba a hacer dinero. Cantan en los lugares a donde van los ricos que hay en La Habana. Mi pasatiempo es tomar alcohol, escuchar novelas radiales y jugar a la bolita, a ver si gano un parlé”.
Nieves y Octavio, vecinos de Zuraima, no recuerdan la última vez que fueron a la playa o cenaron en un restaurante. “Antes que llegara Díaz-Canel, desayunábamos pan con aceite y ajo y un buchito de café. Almorzábamos arroz con dos huevos fritos y los fines de semana comíamos frijoles negros y un bistec de puerco. Comer huevo era cosa de gente muy pobre. Ahora es un lujo”, apunta Octavio, jubilado.
Zuraima, Nieves y Octavio, como el 89% de los cubanos, según estadísticas del Observatorio Cubano de Derechos Humanos, viven en la pobreza extrema. La inflación, el fracaso de la Tarea Ordenamiento y la pésima gestión económica del gobierno de Díaz-Canel, han provocado que un segmento amplio de compatriotas coman poco y mal.
Octavio asegura que no consume ninguna proteína hace más de un mes. «Hago una comida al día. Hacer un potaje me resulta muy caro, lo que casi siempre como es arroz blanco con una vianda hervida, por lo general plátano burro, yuca o boniato. Al mediodía me como el pan de la libreta, cada vez más pequeño, con una pasta que preparo con aguacate. Hace un año que no tomo leche, no como carne de cerdo ni pescado. Y la última vez que vi un bistec de res fue en una película americana”.
Zuraima comenta que su dieta es a base de harina. “Gasto de 1,500 a 2 mil pesos al mes en comprar pan. Compro la mortadella y el picadillo de mala calidad que venden por la calle y con eso hago una pasta casera para echarle al pan. Si no me lleno, compro pizza. Dos veces a la semana cocino arroz y una o dos veces al mes, un potaje de chícharos o frijoles negros, que la libra está a 350 pesos, el más ‘barato’. Porque los garbanzos, frijoles colorados y las lentejas, ni te cuento, de 500 a 900 pesos la libra. Y no hay embutidos ni carnes para echarle a esos potajes”.
Hace tiempo que Nieves no toma leche ni yogurt. «Me gustaría comer frutas, pero el mango, la guayaba, el melón y la frutabomba están carísimas. Las naranjas, toronjas y mandarinas se fueron pa’ Miami. La limonada se convirtió en un lujo, una libra de limones vale 200 o 300 pesos. Ya ni siquiera puedes tomar agua con azúcar prieta. Y si la quieres con azúcar blanca, tienes que pagar 500 pesos por la libra. Es más fácil conseguir un paquete de Doritos que tomarse un guarapo con hielo”.
Deborah, ama de casa residente en Miramar, antaño barriada de la burguesía criolla, expresa que “aunque el poder adquisitivo es más alto que en el resto del país, las calles interiores también están con baches, las fosas reventadas por falta de mantenimiento y cuando cae un chubasco se inundan las zonas bajas. Soy ingeniera y mi esposo chef de cocina. De mis padres heredé la casa y un auto, pero no dinero que nos permitiera reparar la casa y mantener el carro. Los que tienen familia fuera se salvan, pues reciben dólares y paquetes de comida, que eso en Cuba vale más que el oro. Seis años rentábamos dos habitaciones a turistas, pero como el turismo está en el piso, comenzamos a elaborar cakes y dulces finos. El negocio marchaba bien hasta que el precio del huevo y el azúcar subieron tanto que no teníamos ganancias. Es incosteable tener que pagar mil pesos por un kilogramo de azúcar y tres mil pesos por un cartón de huevos. Tuvimos que cerrar».
Según cálculos extraoficiales, solo un 10 por ciento de los cubanos pueden desayunar, almorzar y comer y algunos hasta merendar y tomar café dos o tres veces al día. Ese segmento de la población es el que puede adquirir cajas de pollo en 11 mil pesos, pagar la libra de carne de cerdo deshuesada, importada de Estados Unidos, en 1,200 pesos, y comprar langosta o calamares a 2,300 pesos la libra.
Ese grupo minoritario de cubanos puede tomar jugos Goya, beber cerveza Corona y whisky Jack Daniel’s. Dos veces al año, sus billeteras les permiten rentar una habitación en un hotel todo incluido de Varadero o gastarse 30 mil pesos en la paladar ChaChaChá, en La Habana Vieja. Pero son los menos. La inmensa mayoría se lleva las manos a la cabeza cuando tiene que comprar una libra de tomates en 400 pesos o una ristra de ajos en 2,500 pesos.
“Solo en comida, aseo y otros gastos para cuatro personas, se me van casi 500 dólares mensuales (alrededor de 162 mil pesos en el mercado informal de divisas, que el 14 de octubre se cotizaba a 325 pesos por un dólar), una cantidad que representa el salario de dos años de un profesional en Cuba. Y aunque comemos bien, si lo comparamos con la realidad nacional, no podemos comprar ropa de marca, alquilar en hoteles o ir a restaurantes y bares privados”, señala Guillermo, especialista en software.
Y es que en Cuba la vida es difícil para todos. Pero muchos son más pobres que otros. Es el caso de Zuraima, que come lo que puede y cada noche reza para que el techo de su vivienda no la sepulte si se desploma.