Desde la ventana de su pequeño local hecho de láminas de metal, Esmeralda Quintanilla contempla cómo un grupo de artistas decoran las paredes de los edificios de su vecindario, donde aún son visibles balas incrustadas como recuerdo de la guerra civil y la violencia de pandilleros.
Armados con brochas, pinturas y latas de aerosol, muralistas y grafiteros plasman su arte en las paredes externas de varias de las 40 unidades habitacionales, de cinco plantas, del complejo conocido como la «súper manzana» de la colonia Zacamil, en el distrito Mejicanos, muy cercana a la capital de El Salvador.
Entre la docena de murales ya terminados destacan el de una pirámide mesoamericana, dos vírgenes, y obras de inspiración propia de algunos artistas.
«Con los murales todo se ve bien bonito. Uno empieza a ver todo esto y le da otra imagen al lugar. Yo me siento súper feliz, orgullosa», dijo Quintanilla, una costurera quien ha residido en el lugar casi la mitad de sus 55 años de vida.
El muralismo en la humilde y otrora violenta colonia está siendo liderado por una fundación salvadoreña que busca intervenir comunidades con arte. El proyecto en Zacamil pretende en dos años hacer las enormes pinturas en la mayor parte de los edificios del complejo en el que viven unas 4,000 personas.
Allí, un respiro de años de violencia llegó hace dos años tras la detención de los delincuentes durante un polémico estado de emergencia impulsado por el presidente Nayib Bukele en contra de las llamadas «maras» y que ha enviado a prisión a casi 82,000 presuntos pandilleros.
Sin embargo, son muy visibles en la vecindad los problemas de recolección de basura, drenajes e infraestructura deteriorada y ruinosa. Las antenas de televisión de paga y ropa colgada secándose por doquier saltan a la vista.
Para sus habitantes la violencia no es ajena: en 1989 huyeron del fuego cruzado entre el Ejército salvadoreño y la exguerrilla izquierdista del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) que lanzó una ofensiva en el lugar durante la cruenta guerra civil que azotó al país entre 1980-1992 y que dejó más de 75,000 muertos.
Cuando muchos regresaron, lamentaron que sus casas fueran dañadas por dos sismos en 2001 o invadidas por pandilleros.
«Es una lavadita de cara, los problemas siempre están», dijo un hombre de 70 años que vive en el lugar desde hace cinco décadas y que pidió el anonimato.
¡Conéctate con la Voz de América! Suscríbete a nuestros canales de YouTube, WhatsApp y al newsletter. Activa las notificaciones y síguenos en Facebook, X e Instagram.