Cuando los vientos furiosos del huracán Oscar, con rachas de hasta 130 kilómetros por horas, comenzaron a rugir en la zona de Cajobajo, municipio Imías, provincia Guantánamo, a poco más de 1000 kilómetros al noroeste de La Habana, Yaimari, 38 años, lavaba la ropa en un arroyo cerca de su casa a medio construir.
“Ni siquiera sabía que iba a pasar un ciclón por aquí. Esa mañana amaneció con lluvias a intervalos. Desde septiembre los apagones son de 18 y 20 horas diarias. No daba tiempo prácticamente ni a cargar el móvil. Recuerdo que el viernes en la noche en el radio del teléfono, que solo capta FM, no se escuchaba ninguna emisora de radio nacional. El huracán y ese apagón masivo nos sorprendió a todos”, explica Yaimari vía WhatsApp.
“En la madrugada del sábado aquello daba miedo. El viento había levantado el techo de varios bajareques de la zona y las lluvias eran muy fuertes. Mucha gente subió a la montaña para salvar sus vidas. O se escondían en las cuevas. No pudieron resguardar el televisor, el refrigerador ni los muebles. Tuvieron que salir huyendo con la ropa que llevaban puesta. Gracias a Dios tengo parientes en Estados Unidos y vivo en una casa de placa. Esta es una región muy pobre. Hay lugares donde no ha llegado la electricidad y tener un teléfono móvil es un lujo”, dice Yaimari.
La crecida del río Yacabo Abajo y los deslizamientos de tierra desde la montaña cubrieron de lodo la estrecha carretera y destrozó el puente de entrada al pueblo. Ya al amanecer, cuenta Yaimari, las inundaciones sobrepasaban el metro y medio de altura. El agua cenagosa amenazaba con sepultar el caserío.
“Era como una película de horror. Hubo gente que estuvo dos días trepada en el techo de su bohío. Mis hijos, mi esposo y yo subimos todos los equipos a la azotea. Se escuchaban los gritos desesperados de auxilio de algunos niños, mujeres y ancianos. Otros se tiraban sin siquiera saber nadar a las fangosas aguas para salvar sus vidas. Era un drama. Cuatro muchachos del pueblo, sin preparación ni medios de protección, fueron lo que salvaron a muchas personas. La defensa civil nunca apareció. O mejor dicho, apareció tarde, como siempre, para tirarse la foto cuando el ciclón ya se había ido. Tampoco nadie pasó avisándonos. Esto era el sálvese quien pueda”, señala Yaimari.
Un ex funcionario del partido comunista comenta que “en los últimos ciclones y eventos hidrometeorológicos, el desempeño de la defensa civil ha sido pésimo. No han tomado las medidas que aparecen en los protocolos. Han fallado la comunicación y avisos a la población. No han tenido alistados equipos de rescate y salvamento. Todo el mundo se pregunta por qué las FAR no cooperaron con sus BTR y carros anfibios para rescatar a la gente. Tampoco se movilizó a la división de ingeniería militar para tender puentes provisionales y el municipio no quedara incomunicado. El primer helicóptero que entró a Imías lo hizo el martes o el miércoles en la mañana para llevar algunos alimentos”.
“Después de las críticas en redes sociales es que se activaron medios aéreos para el rescate. Aún no se ha precisado el número final de fallecidos. Por ahora son siete, seis en San Antonio del Sur y uno en Imías, pero hay unas 70 personas que nada se sabe de sus paraderos. La actuación del gobierno ha sido muy tibia. Con una total falta de empatía, se aparece Díaz-Canel dos días después con las manos vacías, si ninguna ayuda y encubriendo el mal trabajo de la defensa civil”.
“Después del ciclón Flora en 1963, donde fallecieron más de tres mil personas, la defensa civil era de las pocas instituciones que funcionaba y tenía credibilidad en el pueblo. Ahora ese organismo está sumido en la corrupción y el caos, al igual que el resto de las instituciones del Estado”, asevera el ex funcionario.
Yaimara confiesa que vivir en la Cuba profunda es una pesadilla. “El ciclón fue la tapa al pomo. Pero desde enero todo es apagón, puestos médicos sin personal sanitario ni medicamentos y mucha hambre para la mayor parte de la población. Estamos prácticamente incomunicados porque no hay transporte para acceder a Imías. Es más fácil viajar a otro país que trasladarse a la ciudad de Guantánamo. Cuando pasó el ciclón no había ni agua para tomar”.
“Y el costo de la vida ni se diga. Un saco de carbón para cocinar, pues casi nunca hay electricidad, puede costar dos mil pesos. Un jabón de lavar 200 pesos y 400 un paquete pequeño de detergente. Nuestra comida consiste en fongo (plátano burro) boniato y yuca. El arroz está perdido. Una libra cuesta más de 200 pesos y en la bodega siempre nos venden una parte. Para alimentarse la gente roba en los cultivos o descuartiza un caballo o una vaca. En Imías muchos viven en cuevas, como los nómadas”, cuenta Yaimara.
A pesar de los apagones y penurias, el régimen refuerza la represión en su intento por controlar e intimidar a la población. Actúan con el típico comportamiento de los matones. Poco o nada les importa las múltiples calamidades que sufren los cubanos un día sí y otro también.
Apretarle el cuello a un asfixiado es un recurso contraproducente. La estrategia de mano dura que implementa Díaz-Canel está creando una espiral de frustración y violencia reprimida muy peligrosa.
Sancionar a diez o quince años de cárcel a ciudadanos por divulgar en las redes sociales protestas callejeras o criticar al gobierno por su pésimo desempeño, no va a frenar el descontento social. Por el contrario, alimenta el odio y el deseo de revancha entre los cubanos de a pie.
El país va por muy mal camino. Impera la corrupción, la pérdida de valores cívicos y el desarraigo. El coste de 65 años de bombardeo propagandístico y adoctrinamiento político ha conseguido que un segmento de la población confunda patria con socialismo y nación con Fidel Castro.
La pregunta que flota en el aire de la república es si estamos a tiempo de salvarnos. Muchos creen que no. Consideran que Cuba es una causa perdida. A muy pocos les importa fundar un Estado democrático o reconstruir la Isla. El plan es huir. Estamos demasiado cerca de Miami y muy lejos de Dios.