FOTO DE ARCHIVO: El jefe del régimen chino, Xi Jinping, en la Cumbre de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en San Francisco, California, el pasado 17 de noviembre (Reuters)
Un intento de invasión de China a Taiwán frenaría la economía del planeta. De un momento a otro. Punto. Ese pronóstico, dramático, es incontrastable. Las consecuencias serían catastróficas para todos los países aunque no formen parte de la contienda o crean que no tienen nada que ver con el conflicto. Un conflicto que escalaría a niveles astronómicos y que no guardaría proporción con lo que ocurre desde hace casi dos años en una devastada Ucrania, que ya afectó a otras muchas naciones de forma directa e indirecta, más allá de lo estrictamente relacionado con las vidas humanas que se pierden a diario.
Por Infobae
De acuerdo a estadísticas elaboradas por Bloomberg, casi la mitad de la flota mundial de contenedores y un 88% de los mayores buques del mundo por tonelaje pasaron por el Estrecho de Taiwán en 2022. Datos similares se esperan para el balance de 2023. Es que en esos 180 kilómetros de mar que separa la costa de China continental de la taiwanesa no sólo confluyen los cargueros de ambas nacionalidades que comercian de un lado al otro. Por allí navegan barcos japoneses, coreanos, vietnamitas, filipinos, indios, norteamericanos, sudamericanos, africanos, europeos, canadienses y de todas las nacionalidades que llevan sus productos terminados y materias primas al resto del mundo. El listado comercial es interminable.
Los commodities que van y vienen se frenarían por completo, lo que afectaría sobre todo a las economías menos desarrolladas, más dependientes de esos ingresos. Pero también a aquellas naciones cuyas industrias manufactureras viven de un producto pequeño, pero esencial: los semiconductores. Taiwán fabrica más del 60 por ciento de estos chips a nivel mundial. China, menos del 8 por ciento. Pero Corea del Sur y Japón también son actores fundamentales de esta industria. De ella dependen todo tipo de productos: desde automóviles hasta lavarropas; desde teléfonos móviles hasta marcapasos; desde un drone hasta maquinaria agrícola. Cada vez más cosas de nuestra vida cotidiana tienen en su interior uno o varios circuitos de silicio que funcionan como su cerebro. Pero fundamentalmente, también los necesitan las maquinarias que fabrican todos estos productos que se comercializan en todo el globo. La economía se frenaría en cada uno de sus eslabones.
La sensación, en cada oficina gubernamental taiwanesa, es de moderada tranquilidad. Y de análisis permanente. La mayoría coincide en que las cartas que están sobre la mesa indican que no habría que esperar un inminente arrebato bélico por parte de Xi Jinping para apoderarse de la isla. Ya son demasiados los problemas internos que debe afrontar el jefe del régimen chino. Sin embago, nadie baja la guardia y mantienen bajo análisis cada potencial escenario.
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