La Habana, Cuba. – Hace cuarenta años, en el otoño de 1984, Fermín, por ese entonces cadete en una escuela militar, juraba con voz enérgica lealtad a Fidel Castro, al partido comunista y a la ‘primera revolución socialista en América’.
En una foto en blanco y negro que cuelga en la pared de su destartalado apartamento ubicado al este de La Habana, se observa a un joven recluta vestido de verde olivo saludando de forma marcial con su mano derecha, rozando la visera de la gorra a un grupo de altos oficiales sentados en sillas plegables en una tribuna de madera con pancartas y al fondo, dos retratos de Fidel y Raúl Castro.
Cuando usted le pregunta a Fermín si quisiera cambiar el pasado, hace una breve pausa, exhala el humo de su cigarrillo, y responde:
“La revolución cubana, gústenos o no, es un hecho histórico. Como lo fue la revolución de octubre en Rusia o el ascenso al poder de Adolfo Hitler. En la distancia me he cuestionado muchísimas veces cómo pude seguir una ideología que ni siquiera conocía. Quizás por el contexto que viví. O por un simple complejo de manada. Era una época que no existía internet, no podías confrontar las ideas, porque el gobierno controlaba con puño de hierro la información. El Estado era el que autorizaba qué libro podíamos leer y qué película ver los cubanos”.
“La máquina del tiempo no existe. Supongo que después de la caída del fascismo en Alemania muchos ciudadanos que lo siguieron de forma obediente sintieron cargo de conciencia. Habían sido cómplices, y a veces partícipes, en la aniquilación de seis millones de judíos. Algo similar pasó en la antigua RDA, donde ultimaron a miles de alemanes que intentaron saltar el muro de Berlín y en el resto de los países que se afiliaron a la ideología marxista. Cuba no es la excepción”.
“Hemos sido estafados. El ser humano suele ser empático. Es muy fácil caer rendido ante la narrativa de justicia social, sacar de la pobreza a miles de compatriotas, y que todos tengamos los mismos derechos. En teoría suena bonito que el pueblo sea el dueño de las propiedades y acceder a educación y salud gratuita. Pero en la práctica no funciona. Al final en este tipo de sistema pasa lo de siempre, un caudillo se perpetúa en el poder y en nombre del socialismo o de los humildes establece un Estado policíaco”.
“Se crea una guardia pretoriana a su alrededor. Los intereses del partido -la casta gobernante- se priorizan a los intereses del pueblo. En torno a ese discurso de emancipación y de lucha contra el imperialismo y el brutal capitalismo, se despliega una puesta en escena que desnaturaliza la realidad. Pero las propias leyes del marxismo ponen fecha de caducidad al sistema”.
“Llegué a ser mayor del Ministerio del Interior, me gradué de criminalista y trabajé por muchos años en el enfrentamiento de los delitos económicos en el Departamento Técnico de Investigaciones. Ingresar en el ministerio fue un orgullo para mí. Por adoctrinamiento, ingenuidad o desinformación, apoyaba al proceso. En esa época tenía una venda en los ojos”.
“Era capaz de dar mi vida por la revolución. Estaba loco por participar en la guerra de Angola. Desconocía que era una guerra civil entre diferentes facciones manejada por centros de poder mundial como China, Estados Unidos y la antigua URSS. A Savimbi y a Holden Roberto lo financiaba también China que supuestamente era tan comunista como Cuba. Cuando una persona está adoctrinada no se cuestiona nada. Es un zombi. La propaganda del gobierno te hace actuar como un pelele”.
“Series televisivas como ‘Algo más que soñar’ o ‘En silencio ha tenido que ser’, me motivaron a ser militar. Todas las sociedades necesitan policías y oficiales al frente del ejército. Pero en Cuba es diferente. Recuerdo que la persona número uno del comandante en jefe nos prohibía ser amigos de quienes pensaran diferente o deseaban emigrar. Nos educaron para odiarlos, perseguirlos y hostigarlos. Entiendo las quejas de la comunidad de Miami, donde residen dos millones de cubanos que de una forma u otra sufrieron los rigores de un Estado totalitario, con la llegada de miles de compatriotas que, en determinado momento, colaboraron con el régimen”.
“No se puede ser primer secretario del Partido Comunista en Cienfuegos, fiscal que condenó a cientos de jóvenes a un montón de años de cárcel por protestar pacíficamente o un piloto que participó en el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate e irse a vivir a Estados Unidos sin pedir una disculpa pública al exilio”.
“Los que quebrantaron los derechos de otras personas o participaron en crímenes como los del remolcador Trece de Marzo y la muerte de cientos de balseros, a los cuales barcos guarda fronteras embistieron, deben ser juzgados. También los que dictaron pena de muerte a opositores políticos en los primeros años de Fidel en el poder. Habrá que hacer justicia. Y todos los cubanos, que de una forma u otra la mayoría hemos sido cómplices, reconocer nuestros errores. Mis dos hijos viven en Miami. Hace tiempo que deseo irme de este infierno. Pero no quisiera llegar escondido como un polizonte que escapa de un barco que se hunde. Los que hemos trabajado en instituciones del régimen debemos dar la cara. Se necesita un diálogo franco entre los cubanos. Es la única forma de pasar la página”, concluye Fermín.
La Fundación por los Derechos Humanos en Cuba presentó un informe el pasado mes de agosto, tras reunir denuncias de personas que se identifican como víctimas, que al menos 117 presuntos represores del régimen castrista viven en Estados Unidos.
Un exfuncionario del Partido Comunista cree que la cifra es mucho mayor. “Desde mi perspectiva, entre personas que fueron miembros del partido, fiscales y oficiales de las FAR o el MININT que pudieron haber reprimido a disidentes, rondan los mil. Si hablamos de miembros del partido con cargos intermedios que trabajaron en instituciones del gobierno, y no participaron directamente en actos de represión, el número supera las tres mil personas”.
¿Por qué se van justamente a Estados Unidos, considerado el enemigo número uno del régimen?, pregunto al exfuncionario. “Ir a residir a Estados Unidos es una muestra clara de la derrota ideológica de la revolución de Fidel Castro. El modelo fracasó política, social y económicamente, también su discurso, su narrativa. Un viaje en misión oficial de cualquier funcionario a un país del Primer Mundo como Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca o Suiza, donde las asistencias públicas tienen más de socialismo que en Cuba, es un golpe fulminante de realidad. Constatar que las prohibiciones son mínimas, que puedes criticar a los gobernantes sin ser procesado y ver los mercados abarrotados de comida, alecciona muchísimo más que cientos de clases teóricas de marxismo en la escuela Ñico López del PCC”.
“Dice un adagio que demora cien años entender el comunismo, pero el capitalismo se aprende en diez minutos. El socialismo de corte marxista, reconocen funcionarios de la antigua URSS, va en contra de la naturaleza humana que es terriblemente individualista. Siendo funcionario del gobierno recuerdo que viajé dos veces a Estados Unidos. Y más allá de las ciudades con sus rascacielos y soberbios centros comerciales, me llamó poderosamente la atención que un camionero vivía mil veces mejor que un doctor en ciencias en Cuba. Es entonces cuando comienzas a razonar que el modelo que diseñó Fidel, además de empobrecedor y disfuncional, es un disparate. Ni siquiera hemos sido capaces de reciclarnos en materia económica como China o Vietnam. Por eso se van cientos de miles de compatriotas, incluyendo altos cargos del gobierno”, afirma el exfuncionario.
Explicaba el premier británico Winston Churchill que si pones comunistas a cargo del desierto de Sahara, en cinco años habrá escasez de arena. Una frase que le queda calcada a la dictadura verde olivo.
Para un amplio segmento de cubanos, la revolución de Fidel Castro es cosa del pasado. Hace tiempo murió. Pero siguen en el papeleo para enterrarla.
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