Es natural que tanta gente dude que sea posible la reconstrucción de un país tan devastado como éste. De hecho, mucha gente no lo duda sino que se va como puede y con el dolor de verse forzada a salir a otra parte.
Otros, sobreviven en una especie de resignación impuesta, acaso a la espera de un milagro que levante a la patria de la postración.
No faltan los que le sacan punta a una bola de billar, y se acomodan al despotismo, a ver si algo les queda de la depredación. A algunos les queda bastante.
El grueso de la población ansía un cambio. Pero no cosmético sino de verdad. ¿Están dispuestos a luchar para ello? Sin duda que sí. El éxito de las primarias, contra todos los pronósticos, incluyendo los propios, así lo confirma. Y más aún desborda las expectativas, de los escépticos y de los entusiastas.
La hegemonía sabe que una puerta, ventana o rendija creíble de cambio real, puede ser definitiva para su obsesión de continuismo. De allí que no escatimen nada, por las malas y las peores, para conseguir sus objetivos.
Esta no es una cuestión meramente política, económica o social, o de la categoría parcial que sea. Se trata de un desafío existencial. Con la hegemonía sólo continuará la devastación. Sólo será posible abrir un camino a la reconstrucción con un cambio de raíz, que permita empezar el siglo XXI en nuestra nación.