Cuando en enero del 2021 decidí parar después de doce años y no seguir escribiendo para los medios no lo hice por cansancio, sino debido a que ya no encontraba la frescura del principio; sentía que me estaba costando mucho decir algo diferente sobre temas que iban y venían una y otra vez. En ese momento pensaba que escribir todas las semanas acerca de asuntos que se habían vuelto rancios de tanto estar sobre el tapete, y siempre o casi siempre haciendo referencia a los mismos protagonistas no solo era cansón para mi sino también para un público que debía estar harto de leerme, lo que además convertía lo que hacía en una actividad inútil. Hacía tiempo que venía notando como la situación política de nuestro continente americano, de Europa y, en general, del mundo también se venía reproduciendo por capítulos como si fueran copias de películas viejas o incluso recientes, y que, si bien, los nombres de algunos personajes cambiaban a veces, tanto la trama como la narrativa seguían siendo iguales o muy similares.
Después de las más de dos décadas de manipulación de la constitución y de los poderes públicos en la Venezuela chavista, de los trece años de Evo Morales en Bolivia, de los doce de los Kirchner en Argentina, de los diez de Rafael Correa en Ecuador y de los trece que llevaba Daniel Ortega en Nicaragua, hoy suman dieciséis, (sin contar los cuatro de su primera presidencia en el siglo pasado ni los tres de la Junta de Gobierno previos), describir la situación política, económica y social de nuestra mal llamada América Latina no parece una tarea complicada, pero escribir sobre ella constantemente con el correr de los días y los años puede resultar un poco aburrido y decepcionante. Algo semejante ocurre cuando trasladamos nuestra atención a Europa donde no imperan los gobiernos presidenciales típicos de las Américas, sino los parlamentarios que permiten la reelección continua sin necesidad de remendar o romper la constitución, por más que algunos, como en Italia, duren muy poco.
Con lineamientos de la economía trazados fundamentalmente desde Alemania, medidas sociales cruzadas entre británicos y europeos o una política migratoria inexistente, basada en el aumento de las ayudas económicas, que solo ha traído marcados desacuerdos entre los países del norte de Europa y los del sur, y un Reino Unido representando el papel del muchacho guapo y rico de la historia, en actitud prepotente y altanera, lo más novedoso que ocurrió en la Unión Europea fue sin duda el Brexit, un error de cálculo de su entonces Primer Ministro David Cameron que le costó el puesto, tema que abordamos en varias de nuestras columnas. Y qué decir de una España tan atada a nosotros y cada vez más latinoamericana. También escribimos bastante, en todos esos años, sobre el gobierno de Pedro Sánchez, la actuación de Pablo Iglesias y el rol de Zapatero en los países americanos con gobiernos socialistas, a la memoria me viene ahora aquel artículo del 2016 titulado Zapatero el emisario del gobierno o aquel otro titulado La chavetización de España, del 2020, que tanta actualidad cobran en estos momentos.
Un poco más animado, debo reconocerlo, estuvo el ambiente político en los Estados Unidos con la llegada de Trump al poder y por eso le dedicamos varios artículos. Sin embargo, su fallida actuación en Venezuela y en otros países del área, no solo no dejaron las cosas como estaban en el resto del continente, sino que las empeoraron, alargando con ello la calamitosa situación de la región sin un horizonte visible de esperanza. Lo peor de todo es que su derrota electoral y los posteriores actos de violencia contra la sede del Congreso y la institución misma desestabilizaron el sistema, dividiendo y polarizando al pueblo norteamericano de una manera no conocida hasta ahora. Aun así, ni las promesas de Trump ni del Brexit fueron un estímulo suficiente para hacer a un lado esa sensación de que me estaba repitiendo en cada artículo y menos para darme cuenta del significado que encerraba realizar una tarea rutinaria como la de escribir una cuartilla para la prensa todas las semanas.
Eso me sucedió después, hace apenas unos días, una mañana de llovizna pertinaz, (llevaba tres o cuatro días lloviendo a esas horas), cuando observando llover puede entender que el oficio de la lluvia (título con el que parafraseo otro del recordado Javier Marías), al igual que el del escritor consistía en repetirse, en insistir, y estaba lleno de tenacidad y perseverancia. En dejar caer agua sin importar si había sol, frío o calor. Y en que las gotas de lluvia como las palabras no se hicieran olvidar nunca.