Keith Richards en septiembre pasado en la presentación del nuevo disco de los Rolling Stones, Hackney Diamonds. Hoy el mítico guitarrista cumple 80 años REUTERS/Toby Melville
Siempre se habla del Club de los 27, el de los rockeros que murieron a esa edad, prematuramente, debido a los excesos. Hendrix, Janis Joplin, Morrison, Kurt Cobain, Amy Winehouse. Hubo una época que ser estrella de rock significaba un riesgo de vida importante, era una profesión sin atisbo de longevidad. En 1973, la revista británica NME hizo una encuesta algo macabra. Preguntó a sus lectores que músico de rock tenía más posibilidades de morir durante el siguiente año. Hubo un ganador por una mayoría abrumadora: Keith Richards.
Eso fue hace exactamente medio siglo. Hoy, Keith Richards, ingresa a otro club, inimaginable, tiempo atrás. El Club de los 80. Rockeros en la tercera edad que están lejos de jubilarse, que se mantienen activos y siguen deslumbrando sobre los escenarios después de cumplir 80 años. La nómina de socios es bastante exclusiva: Paul McCartney, Ringo Starr, Mick Jagger, Bob Dylan, Roger Waters, Willie Nelson (músico country pero con actitud rockera que en realidad es el único miembro del Club de los 90) y, con la membresía en disputa por su estado letárgico desde hace muchos tiempo, Brian Wilson (Roger Daltrey, Pete Townshend y Rod Stewart esperan en la puerta).
Si alguien se hubiera dormido hace 50 años y se despertara hoy y fuera obligado a adivinar que músicos de los que triunfaban en ese momento, se mantienen activos hoy, jamás mencionaría al guitarrista de los Rolling Stones. Keith Richards siempre fue el sinónimo del exceso, del desborde. Si ya parece un milagro que cualquier persona esté rockeando en un escenario a los 80, mucho más lo parece en el caso del guitarrista de los Stones.
Los excesos de Keith
Keith Richards es la norma Iso 9000 de lo salvaje en el rock. Es como si el lema de sexo, drogas y rock & roll hubiera sido inspirado en su figura. El arquetipo sobre el que se moldearon varias generaciones de músicos. Alguna vez, Robin Williams dijo que el estilo de vida de Keith “hace parecer a Ozzy Osborne como un pobre amish”. Es el sinónimo del desborde, del exceso, de lo incontrolable. Pero, por supuesto, y antes que eso, es el sinónimo del guitarrista. Miembro de uno de los binomios creativos más influyente de los últimos sesenta años, es el motor de la banda de rock más grande de todos los tiempos. Sus riffs son adictivos, impulsan las canciones y fueron copiados por miles de guitarristas que le siguieron.
Tal vez lo que hace único a los Stones no haya sido Jagger (o al menos no sólo él) sino la manera en que Richards metabolizó el blues, a Jimmy Reed y a Chuck Berry y lo convirtió en algo nuevo, diferente. Richards es el sonido de los Stones. Y, también, su alma.
Contaremos las historias más impactantes, las más escandalosas, las más divertidas porque son atractivas e interesantes, porque pintan al personaje, sin olvidar jamás que es uno de los grandes músicos de la historia del rock. Puede haber guitarristas más dúctiles que él, con mayor destreza, con mejor digitación, pero pocos tiene el impuso y transmiten como Richards. En el gran Panteón de los Riffs del Rock, encabezado por Satisfaction, en los primeros lugares están los de Gimme Shelter, Jumpin’ Jack Flash, Brown Sugar, Paint It Black y Star me Up entre muchísimos otros.
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