Sobre un viejo asentamiento en la ciudad colombiana de Medellín, donde hay casas rústicas y otras que se caen a pedazos, se alza imponente la Pachamama, una estatua de 5,5 metros de alto llamada «La Diosa de la Comuna 13», venerada por los pueblos ancestrales andinos por ser considerada el Espíritu de la Tierra.
La Comuna 13 ha sido ese barrio que hace dos décadas aparecía en las respuestas de los antioqueños a la pregunta de cuál era el lugar más peligroso de Medellín. El que fuera una vez barrio vetado para quien no viviera allí, cuna de sicarios, casi maldito; se ha convertido hoy en un referente de esperanza y cambio.
Yeyo tiene 40 años, la piel tostada, delgado. Da instrucciones claras: el recorrido en la Comuna 13 vale 17 dólares e incluye la leyenda negra sobre el barrio.
«Este era uno de los tres lugares más peligrosos en el mundo: El Salvador fue el primero, la Comuna 13, el segundo; y las favelas de Brasil, el tercero. Los primeros dos ya no son lo que eran», dice mientras la chiva, un autobús de turistas, se estaciona en la entrada del barrio.
Hubo un tiempo en que la Comuna 13, de las 16 que tiene la ciudad de Medellín, estaba vetada a los curiosos por el control criminal que se levantó en el lugar: cientos de colombianos desplazados por las guerrillas y por los paramilitares invadieron las montañas y levantaron sus casas con lo que tuvieron a la mano… pero la violencia se empeñó en seguirlos.
Las bandas criminales comunes, las milicias guerrilleras y los paramilitares tenían repartida la Comuna 13 como un pastel, en el que cada grupo controlaba a sangre y fuego sus fronteras: asesinaban, secuestraban y desplazaban familias hasta que una operación del Estado colombiano puso fin a esa guerra interna.
Hoy, todo el barrio es un vaivén de paradojas: un grupúsculo de casas, apuñadas unas con otras, con callejones angostos y escalones interminables, donde la pobreza se mantiene, pero también la esperanza por ser el terruño para los artistas antioqueños, y uno de los lugares preferidos por los turistas.
Adentro del barrio, Yeyo nos lleva a un escenario improvisado en la calle, donde ocho jóvenes bailan al ritmo de Snoop Dogg. Los turistas aplauden. No todos hablan inglés, pero el sentimiento parece uno solo: los jóvenes artistas eligieron el arte a la violencia, la paz a la guerra, en un experimento no siempre se declara exitoso en los barrios con altos índices de violencia.
Buena parte de la Comuna 13 es hoy un barrio cordial, lleno de coloridos restaurantes, galerías con dibujos y pinturas, cafés, música en vivo y ventas de souvenirs, camisetas y gorras. Además de un sistema de escaleras eléctricas que comunica casi toda la comuna en minutos.
«Este era uno de los lugares donde Pablo Escobar reclutaba gente. Y mírenos hoy, borrando el pasado a través del arte», expresa un hombre de 60 años, quien ha vivido en la Comuna 13 desde siempre, y hoy vende souvenirs frente a las escaleras eléctricas, las únicas en Colombia instaladas en un barrio marginal.
Escobar fue uno de capos de la droga más sanguinarios de Colombia, señalado como el responsable de la explosión de carros bomba, de la destrucción de un avión en pleno vuelo, del asesinato de políticos y periodistas, y sobre todo, de controlar casi el 60 % del mercado ilícito en Estados Unidos. Fue en la Comuna 13 que Escobar obtuvo buena parte de su ejército de gatilleros.
Con su muerte en 1993, el lugar continuó sangrando a Medellín hasta que el 16 de octubre de 2002, cuando el expresidente Álvaro Uribe Vélez, quien llevaba solo dos meses en el poder; decidió a impulsar la mayor acción militar ejecutada en una área urbana en Colombia enviando más de mil soldados a la Comuna 13. La orden era clara: sacar a la guerrilla y a los paramilitares del lugar sin importar el costo.
Los días de Orión, como se le conoció al operativo, dejaron 18 muertos, 34 heridos y más de 500 detenidos. Muchos de los habitantes de la Comuna 13 aún recuerdan las oscuras horas que vivieron hace 22 años.
“Cada rincón simboliza algo. Hay un mural que hace honor a los desaparecidos. Hay grafitis que nos muestran el sufrimiento, también el cambio. Los grafitis narran la memoria de este lugar”, señala Yeyo.
La Comuna 13 también tiene un espacio dedicado a la trova paisa, una composición musical con versos improvisados.
“Se busca el Cartel de la Trova” se lee en uno de los tantos rótulos colgados en los de los tejados de la Comuna. Ese cartel lo componen cinco hombres, quienes narran versos a los turistas con tan solo preguntar el país de origen, el nombre y a veces, la edad.
En la Comuna 13 aún hay desafíos
Aunque la Comuna 13 ha sobrevivido a la muerte, y muestra su mejor rostro a diario, el informe “Comuna 13, Sujeto de Reparación Colectiva”, presentado por la Procuraduría General de la Nación en abril de 2024 señala que el barrio antioqueño, sigue bajo control social y territorial por parte de grupos al margen de la ley, a pesar de que “ha sabido resistir la crudeza del conflicto armado interno”.
“En este territorio persisten graves problemáticas como el microtráfico, las fronteras invisibles, desplazamiento, los casos de desaparición forzada, reclutamiento de niños y jóvenes, así como el control social y territorial por parte de grupos al margen de la ley y bandas criminales”, señaló la procuradora general de la Nación, Margarita Cabello Blanco.
Desde la montaña donde fue cimentada la Comuna 13, se ve una fosa común, donde fueron enterradas decenas de personas cuyos familiares continúan buscándolos.
Esa es quizá la parada más difícil porque desde la galería andante que es la Comuna, donde hay música y alegría por doquier, se ve La Escombrera, una parte de la montaña, rasgada, tierra lavada donde yacen los que no sobrevivieron al pasado de la Comuna.
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