La Habana. -Cuando los ómnibus climatizados de la empresa turística Gaviota, perteneciente a la corporación militar GAESA, transitan por la Autopista Nacional rumbo a Cayo Santa María, hacen una parada obligatoria en un ranchón de ventas en divisas, en las afueras del municipio Jagüey Grande, Matanzas, provincia localizada a 170 kilómetros al este de La Habana.
“Ya sea para que los turistas desayunen, merienden o vayan al baño, siempre debemos parar allí”, asegura un conductor de Gaviota. El ranchón, ubicado en una finca campestre, además de una cafetería, tiene una tienda de souvenirs y un mercado de alimentos, tabacos y bebidas alcohólicas.
En medio del follaje y un césped bien cuidado, se observan hermosos pavorreales que despliegan sus coloridas alas, se escucha el croar de las ranas y varios flamencos nadan en un pequeño estanque. Cada dólar que usted gasta en el lugar va a la cuenta de Flora y Fauna, uno de los negocios de Guillermo García Frías, nonagenario comandante de la guerrilla de Fidel Castro, quien no ocupa ningún cargo político en Cuba, pero tiene más poder e influencia que cualquier ministro.
Con solo una llamada telefónica de García Frías, el ejército le alista un viejo helicóptero de la era soviética para ir a Cayo Saetía a cazar jabalíes o para dar un paseo por la Sierra Maestra. Entre los negocios de García Frías se encuentran la cría de caballos de raza -algunos se han vendido en más de medio millón de dólares- y la empresa Supermarket, que les exprime el bolsillo a los emigrados cubanos revendiendo alimentos y bienes tres veces más caros.
Lo prohibido
En una finca de Managua, en las afueras de La Habana, entre el humo del tabaco de vuelta abajo, García Frías y sus allegados apuestan grandes sumas de dinero en peleas de gallos. Un delito tipificado en las leyes cubanas. Pero, ya sabemos, en la Isla las normas se hicieron para otros. Cuenta un trabajador de esa finca que “en sus propiedades no faltan tractores, abonos y fertilizantes como en la mayoría de las cooperativas estatales. Sus negocios no dependen de ninguna institución del gobierno. Nunca vienen inspectores ni la Controlaría General de la República”.
En la finca se producen acelgas, coles, zanahorias, tomates, entre otros vegetales que van a parar a las mesas de generales o del poderoso Consejo de Estado. También se crían cerdos, carneros, gallinas y guanajos (pavos). En un pulcro centro de elaboración se producen jamones y embutidos. Existen decenas de latifundios como ese en el país subordinados a las FAR o al Consejo de Estado.
Guillermo García importa semillas, alimentos y gallos de peleas saltándose olímpicamente el complicado y tortuoso entramado estatal. “El viejo puede hacerlo. Es uno de los capos de la ‘cosa nostra’. En esa mesa solo comen Raúl Castro y su familia, Ramiro Valdés, Machado Ventura y cuatro o cinco generales. El resto puede tener sus negocitos, mientras cumplan el guion trazado por el régimen. Pero no tienen inmunidad. Pueden ir presos si los jerarcas lo deciden”, afirma un ex funcionario de Comercio Exterior.
Cuba no es un país normal. No existe tripartición de poderes y estamentos como GAESA, un gobierno paralelo, a la sombra, no rinde cuentas. GAESA es el auténtico poder en Cuba. Controla las decisiones estratégicas del país y el 90 por ciento de los negocios que generan divisas, incluido el Consejo de Estado.
El poder real
GAESA es Raúl Castro, su familia y su entorno. Castro II nunca entregó las riendas del poder. Delegó la imposible misión de administrar la Isla a Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, un funcionario que llegó a la presidencia por su obediencia y se ha convertido en un testaferro. Es parte de una puesta en escena. Díaz-Canel, sus ministros y funcionarios del Partido Comunista son los encargados de administrar la pobreza y reprimir a los cubanos que cuestionen el statu quo.
Representan al régimen en foros internacionales, pero no diseñan las líneas maestras de la política exterior. En la calle, con esa irreverencia típica de los cubanos, denominan a Díaz-Canel y sus ministros como ‘el gobierno de la libreta’ (cartilla de racionamiento). “Esta gente -el actual régimen- son los encargados de repartir las siete libras de arroz y el trocito de pollo y viajar por todo el país a hacerle cuentos al pueblo. Los verdaderos amos no dan la cara”, indica un taxista habanero.
Puesta en escena
Díaz-Canel es una especie de pararrayos. Un gobierno ínterin para ganar tiempo antes de la inevitable caída del castrismo. Los casos de presunta corrupción del ex ministro de economía Alejandro Gil Fernández o ahora del viceprimer ministro Jorge Luis Perdomo Di-Lella no son un suceso nuevo.
La corrupción en Cuba es parte del sistema adoptado por Fidel Castro. Sus funcionarios predican un falso discurso de justicia social y de empoderamiento a los más pobres, pero son una élite que viven como burgueses. Tenían privilegios, traficaban favores y malversaban mientras fueran leales al régimen. Pero existe una frontera que no deben cruzar.
Un exmilitar retirado, comenta a DIARIO LAS AMÉRICAS que “quienes han ocupado puestos importantes dentro del gobierno conocen los límites. Si tienes la posibilidad de montar un negocio rentable, se lo debes comunicar a la alta dirección. Y si por tu cuenta pretendes enriquecerte, te parten los cojones- Hay muchos factores que inciden para que el gobierno destituya o le abra un expediente a un alto funcionario. Si cuestionas a la familia real o aspiras a ser presidente, tienes las horas contadas».
«Es lo que les pasó a Arnaldo Ochoa, Felipe Pérez Roque y Carlos Lage. Los casos de corrupción tienen que ser muy sonados o actuar por tu cuenta, como el de Carlos Aldana, para que te destituyan. Es muy probable que Gil, Perdomo y otros hayan explotados por pasarse de listo. No por corruptos. Según el pensamiento de los que mandan, no es de buen gusto que un funcionario por debajo de su rango o su abolengo tenga una mejor casa o un auto más moderno».
«Recuerdo que en la década de 1980 el administrador de una heladería fue a la cárcel por especular que era oficial de la Seguridad del Estado y ser dueño de un Lada con más parafernalia que el auto de Ramiro Valdés, por ese entonces Ministro del Interior. Incluso hasta por envidia te pueden abrir fuego. En la destitución de Gil o Perdomo debe haber algo más que corrupción”, explica el ex militar.
La vigilancia
En Cuba nada funciona, excepto la represión policial y la Seguridad del Estado. Todos los dirigentes que ocupan puestos importantes son vigilados e investigados con lupa. Es muy improbable que la contrainteligencia no supiera de los supuestos “negocios, deformaciones e ilegalidades” de José Luis Perdomo y el destronado zar de la economía Alejandro Gil.
Hay otros motivos, también importantes, para deponer de su cargo a un alto funcionario. Como el deficiente trabajo del ministro de salud pública durante la pandemia y su inacción por el colapso de los hospitales y la falta de medicamentos. Dentro del aparato del partido y el monocorde parlamento nacional, nadie planteó que se le debería abrir un expediente al coronel Marino Murillo, culpable de disparar la inflación y la pobreza extrema en el país con la aplicación de la fallida Tarea Ordenamiento en enero de 2021.
Nadie dentro del gobierno cuestiona a los ministros de comercio interior, agricultura y la industria alimentaria por sus incapacidades de proveer comida a la población. ¿Y al ministro hidráulico, culpable de que en Cuba se pierda el 50 por ciento del agua que se distribuye por las roturas en el acueducto? ¿Y qué pasa con el ministro de transporte? O el de energía y minas, que no tiene un plan para acabar con los extensos apagones.
Es un chiste de mal gusto intentar acusar a determinados funcionarios por supuestos delitos mientras el resto destroza al país. La corrupción es un flagelo intrínseco del régimen. Hay que frenarla. No se soluciona cambiando los muebles de lugar.
La gente reclama un gobierno que sepa administrar los servicios básicos. Que desaparezca GAESA y renuncie el actual gobierno. Anhelan libertad y democracia.