El modelo rentista-petrolero, severamente amenazado por entonces, ejerció una feroz resistencia a cualesquiera modalidades de reformas así fueran parciales y graduales, orientadas a la apertura de los mercados. Afectada estructuralmente nuestra economía, ya por década y media, sufrió las más violentas reacciones hacia principios de 1989 y en el curso de 1992.
Específicamente, tal día como hoy, 32 años antes, asistimos a uno de esos eventos violentos, increíblemente violentos no sólo en un sentido material, sino simbólico de irradiaciones prolongadas hasta el presente. Asombroso, el estallido gozo de una inmediata y extraordinaria popularidad que convirtió la intentona de golpe de Estado en un mito, epopeya, épica, leyenda y cuento chino de una falsedad tal que nos redujo luego e inexorablemente al sojuzgamiento, a una crisis humanitaria compleja y al desplazamiento de millones de venezolanos que buscan refugio allende las fronteras.
Desde los inicios intempestivos del presente régimen con un cuarto de siglo a cuestas, se veía venir el resultado. No quisieron aceptarlo los consabidos y ahora relegados protagonistas del 27 de noviembre, comprometida una oficialidad de mayor graduación en otra asonada indudablemente más compleja y manipulada por los beneficiarios de muy larga data de aquél acto febrerista que cazó a demasiados incautos.
Al principio, extremadamente confusa, la pretendida gesta tuvo por pretexto una defensa arriesgada de la democracia y el fiero combate contra la corrupción, que, más tarde, descubriremos como una conspiración muy bien articulada y, en definitiva, asociada a los intereses cubanos. Por cierto, huelga comentar hasta dónde ha llegado esa defensa y combate. Empero, mientras tanto, e, incluso, a la vuelta de muy pocos años de iniciado el gobierno del barinés, fue que descubrimos la falsedad de una épica que no sólo ha enmascarado la realidad, sino que se tradujo en un formidable retroceso del sentido y modo de hacer política en Venezuela, incluidos los caricaturizados sectores de la izquierda marxista que aún queman incienso en los altares del poder establecido.
El régimen enfermizamente auto-tributado, por muchos monumentos discursivos que levante para sí mismo, está desenmascarado, pero es necesario advertir que otra épica artificial y artificiosa no ha de reemplazarlo para reforzar el círculo vicioso. Y, algo mucho más urgente, asumir que hay otro sentido y forma de hacer política: ¡haciéndola!