Kissinger hace una declaración tras recibir el Premio Nobel de la Paz. (Crédito: Wally McNamee/Corbis Historical/Getty Images)
Días atrás, falleció Henry Kissinger a la edad de cien años. Importante para decodificar el definitivo camino hacia un nuevo orden mundial de difícil llegada, por lo menos, en los términos de una genuina y extendida, pacífica y estable convivencia.
Impresiona la oportuna y provechosa incursión de un académico consumado en un ámbito aparente y sólo aparentemente extraño, convertido en el eximio operador político e inspirado estadista de temprana fama que hasta la basura de su casa de habitación, literalmente entendida como basura, fue de interés para la prensa deseosa de armar el rompecabezas noticioso. Muy pocos se atreven a tamaña incursión, y, aún menos, alcanzan los logros del estadounidense.
Por supuesto, Kissinger genera excesivas simpatías y antipatías, teniéndosele como un vulgar genocida con olvido del colosal ajedrecista que fue en un plano exigente y peligroso como el internacional, en el curso de una sensibilísima Guerra Fría que no imaginan las nuevas generaciones. No obstante, en un capítulo denominado “El intelectual y el estadista: reflexiones sobre Kissinger” de una obra sobre la cual vale volver, Aníbal Romero aseguraba que “Kissinger fue un ´moderado´ a nivel estratégico; a veces radical, excesivamente audaz, y hasta cruel, a nivel táctico” [“Tiempos de conflicto (Ensayos político-estratégicos)”, Ediciones de la Asociación Política Internacional, Caracas, 1986: 81]. Además, a propósito de las ineludibles memorias publicadas pocos años antes, agrega que “quizás su política no tuvo la coherencia que Kissinger le atribuye retrospectivamente, pero no cabe duda que sus acciones estuvieron basada en un conjunto de principios con una consistencia poco usual entre los estadistas mundiales” [84].
Leído ambos tomos memorísticos en una sola ocasión, nos los prometemos de nuevo para hurgar en los más arriesgados, arduos y disímiles procesos de decisión que comprometieron al profesor que no tardó en pasar del aula apacible a la arena cruda de los hechos que no esperan. E, incluimos, la densa experiencia de gobierno con Richard Nixon, controversial, complejo, tormentoso, a la vez que el antes impensable innovador y audaz finalmente hundido por sus triquiñuelas.
En todas sus dimensiones y niveles, la política, o, mejor, la vida política es un fenómeno de incansables conflictos e inevitables decisiones que requieren de una indispensable sobriedad, determinación, seguridad, confianza que, entre otras facetas, hacen la conducción política. En Kissinger, la conducción tuvo por empeño la concreción, eficacia y realización de principios que le dieran soporte real.