En 1989, el economista británico John Williamson acuñó el infame término “Consenso de Washington”. Para Williamson, y posteriormente la comunidad internacional, el término “Consenso de Washington” se refería a las políticas públicas prescritas por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Departamento del Tesoro de EE.UU. para países del sur global. En 10 políticas fiscales y monetarias, Williamson resumió las recomendaciones que emanaban de Washington, consideradas necesarias para lograr el desarrollo en el sur global. Hoy el término “Consenso de Washington” es utilizado para vilificar a EE.UU. y el sistema monetario internacional. La izquierda global responsabiliza a la supuesta imposición de este consenso sobre Latinoamérica y África subsahariana por la tal llamada “década perdida” de los años 90.
El “Consenso de Washington” recomendaba a los países del sur global, que atravesaban crisis económicas por mal manejo de sus gobiernos, reformar sus instituciones a cambio de préstamos multimillonarios. Los préstamos estaban sujetos a la implementación de las reformas que exigían: responsabilidad fiscal, sustituir subsidios a servicios públicos, reformas tributarias para ampliar la recolección de impuestos, tasas de interés estables, liberalización de la economía y, sobre todo, del comercio internacional, la privatización de empresas estatales y el fortalecimiento del estado de derecho. Recordemos que para inicios de los 90, países como Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Panamá, Paraguay y Uruguay estaban apenas saliendo de dictaduras militares y países como Venezuela, Colombia y México estaban atravesando crisis económicas producto de un gasto público exorbitante.
El rechazo a estas reformas por parte de la izquierda global y la aparatosa implementación por parte de gobiernos centristas resultó en el auge del “Socialismo del siglo XXI” de Hugo Chávez, que luego fue adoptado por Evo Morales y Rafael Correa. Luego de tres décadas de haberse acuñado el término y tras dos décadas de revolución bolivariana, las políticas públicas promovidas por el “Consenso de Washington” son nuevamente el orden del día para lograr estabilidad económica. Tanto así que Javier Milei venció al socialismo del peronismo argentino, igual que Noboa en Ecuador, igual que muestra el rechazo rotundo a las políticas de Gustavo Petro en las elecciones regionales colombianas. Sin embargo, para los poderosos de Washington y sus aliados lo que impera es el disenso y un nuevo iliberalismo salvaje.
Prioridades del imperio
En EE.UU., el gobierno de Joe Biden parece demostrar definitivamente que el liberalismo ha sido simplemente una narrativa para mantener el poder. En completa contradicción de las recomendaciones del “Consenso de Washington” para estabilizar una economía con un déficit fiscal enorme, las órdenes ejecutivas de Biden han aumentado el gasto en más de $1 billón en los próximos diez años. Las legislaciones aprobadas desde que Biden llegó al poder aumentaron las proyecciones de deuda en $6 billones (trillions en inglés americano) en diez años, a más de $37 billones. El resultado, además de subsidiar a los grupos de interés allegados al Partido Demócrata y exportar inflación a todo el mundo, ha obligado a los republicanos (famosos por promover responsabilidad fiscal) a reducir su compromiso militar con los aliados de EE.UU.
Hoy, solo el 35% de los republicanos apoya que se continúe enviando asistencia militar y económica a Ucrania. Al igual que la hipocresía económica nos presenta un mundo al revés, así mismo la hipocresía ideológica de EE.UU. dio a luz a una grotesca inverosimilitud: 70% de los americanos no está a favor del envío de asistencia militar a Israel. En vez de ver a EE.UU. defendiendo el orden mundial liberal, estamos más bien viendo como los republicanos en el congreso están condicionando el envío de apoyo militar para sus aliados a cambio de fondos para asegurar la frontera sur. Y encontramos que un candidato presidencial del Grand Old Party, Vivek Ramaswamy, ha públicamente apoyado que EE.UU. se retire de la OTAN. Mucho más allá de las complejidades de la política de EE.UU., sus líderes están salvajemente actuando en contra de un orden mundial basado en reglas que promuevan los ideales liberales.
Prioridades de la alianza
Los aliados de EE.UU. tampoco están sosteniendo la antorcha de la libertad. Un pequeño detalle que es importante recordar es que Ucrania está bajo estado de excepción desde el inicio de la guerra, hace ya casi dos años. Eso quiere decir que Ucrania no sostuvo elecciones parlamentarias en 2023 y no sostendrá elecciones presidenciales en 2024. El gobierno de Benjamin Netanyahu ya estaba en pleno asalto del sistema judicial antes de los ataques del 7 de octubre. La guerra con Hamás ha permitido que el Gobierno de Israel se diera licencia de lo que parece evidente son crímenes de guerra. Y no es difícil imaginar que Israel mantenga control del norte de Gaza a largo plazo.
El pasado 18 de noviembre, en un mitin político en Hungría, el primer ministro Viktor Orban reafirmó que está “convencido de que debemos decir no al modelo europeo de Bruselas. Hay que decir no porque es insostenible, porque no tiene futuro. Estoy convencido de que hoy, en Bruselas, Europa está siendo destruida y conducida a sus ruinas”. Durante el mismo mitin político, Orban amenazó con vetar el paquete de asistencia económica de $50.000 millones a Ucrania y su ingreso al bloque europeo.
El primer ministro del Reino Unido prometió anunciar en los próximos meses nuevas legislaciones para poder deportar a inmigrantes ilegales en el Reino Unido a Uganda. Una política pública en donde el Gobierno británico le pagaría al Gobierno de Uganda para recibir a estos migrantes. Una legislación que iría en contra del derecho internacional y la protección a los migrantes, además de comprobar que sí hay personas deseables y personas indeseables a los ojos de gobiernos supuestamente liberales.
Los gobiernos de España y Bélgica también disfrutan de la melodía de la desunión. Pedro Sánchez pactó con los separatistas catalanes, ávidos enemigos del orden jurídico del país al que pertenecen y de los ideales liberales, para mantener el poder en un tercer mandato. Y como si no fuese poco, tras menos de una semana de haber negociado el poder de un país, viajó a Israel para sacarse fotos portando un chaleco antibalas. A su regreso, Pedro Sánchez, en contradicción de la política de la Unión Europea, anunció que considera otorgar reconocimiento diplomático a Palestina. El Gobierno de Bélgica se unió al llamado, a través de su ministra para el desarrollo, Caroline Janez, que aseguró que “tenemos que reconocer la existencia del Estado de Palestina y esa es la única solución sostenible a largo plazo para la paz y la seguridad de ambos pueblos”. Lo cual es una falacia, a todas luces; el reclamo de grupos terroristas como Hamás no es la constitución de una nación palestina, sino la destrucción de Israel. La falta de apego al orden tiene a los líderes de Europa actuando con el instinto animal de supervivencia y no los valores liberales.
Prioridades mundiales
Y, finalmente, las prioridades globales también han quebrado con el orden y la razón. Este año la conferencia sobre cambio climático de la ONU, COP28, se reunió en los Emiratos Árabes Unidos. El país anfitrión, el sexto mayor productor de petróleo a nivel mundial, hizo un llamado a garantizar la relevancia del uso de hidrocarburos en el futuro. El presidente Joe Biden no participó y tampoco lo hizo el presidente chino,Xi Jinping.
El “Disenso de Washington” está dando luz verde a las fuerzas iliberales a nivel mundial. La incoherencia de Washington ha roto la hegemonía liberal en el sistema internacional. Ante un escenario sin reglas, en donde el poder está por encima de la libertad y la razón, el mundo se enfrenta a un neoiliberalismo salvaje.
El revolucionario iliberal ya no porta fatigas militares ni una barba añejada en la Sierra Maestra. El neoiliberal es un jetsetter, graduado de una prestigiosa universidad, que en la mañana habla en un evento pro-palestina, almuerza con empresarios chinos y cena en un evento de un Think Tank que expone en una conferencia privada con empresarios americanos los beneficios de levantar sanciones a regímenes como el de Venezuela.
El neoiliberalismo salvaje no es nada más que la vanidad del caos ante las voluntades endebles de un público sin esperanza.