Orlando Viera-Blanco @ovierablanco
Los Tiburones de La Guaira esperaron 38 años para volver a ganar el Campeonato de la LVPV, purgando el maleficio de Chivita-el amuleto de los Leones-que juró no coronarían un campeonato hasta su muerte [hace algunos meses] sino además se alzaron con la zafra de la Serie del Caribe. Pasaron 15 años para que Venezuela subiese al trono y lo hizo de la mano de Oswaldo Guillen, el mismo que hace 37 años fue el último out del no hit de Urbano Lugo Jr. Así es el béisbol. Parafraseando a Yogi Guerra, The future ain’t what it used to be [el futuro no es lo que solía ser] por lo que redime el pasado, y glorifica el presente.
Cuánta emoción y nostalgia invadió el estadio de techo retractable LoanDepot Park sede de los Marlins. Y vuelvo con Yogi: It’s like déjà vu all over again [es como un “Déjà vu’ una vez más]. Fue como regresar en el tiempo a los clásicos de béisbol los chaguaramos, en el Campo Universitario…
Talento en tiempos de diáspora
A casa llena, 38.000 fanáticos [80% venezolanos] retumbaron las antífonas de la sabana criolla, para celebrar entres tambores, lluvia de luces y cerveza, el tercer out que coronó a los Tiburones de Venezuela, ¡reyes del Caribe! Era revivir el ambiente fulguroso, trepidante y ensordecedor de nuestra pelota.
Siempre digo con orgullo y pasión, que soy más pelotero que abogado o cualquier cosa. El béisbol se nos mete entre los poros hasta en el alma. Pensamos de lo político, lo jurídico o lo protocolar, a ser parte del elenco entre tierra, cal y grama. Llevamos cualquier evento o cualquier realidad política, laboral o familiar, a una jugada. Para cualquier momento decimos, “el juego no se acaba hasta que se acaba […] estamos en el séptimo, aquí anotamos […] a ese lo vamos a sacar a palo limpio […] arrímale la bola al costado para que se le pase lo guapetón […] si te vas a ponchar hazlo haciendo swing [Dixit Carrasquelito].”
El béisbol para los venezolanos es una bisagra cultural, identitaria. Más rápido recibimos un pelotazo desde niños que una nalgada de mamá. Y cuando la pelota te rompe el labio, escuchas tu primera reprenda de tu padre: “eso te pasa por boquiabierta. ¡Espabílate! Sin duda un reproche que se convierte en nuestra primera triada cultural: “a mí no me vuelven a j…”
Casi al aprender a caminar nos lanzan a un campo de pelota. Nos vamos a jugar al terreno así esté empedrado, lleno de pantano o de monte. Y si no, a jugar pelotica toca de goma. En eso consiste la infancia de cualquier niño venezolano, no importa donde viva ni de donde venga. Hasta los gochos juegan béisbol. Ahí tienen el ejemplo del caballero de Tovar, Johan Santana o del pupilo de San Cristóbal, también zurdo, Ángel Padrón, quien después de 72 años, propinó no hit no run a Nicaragua en la Serie del Caribe. Esa es la magia del béisbol. Saca a relucir nuestro talento, nuestra humildad, nuestro gentilicio.
La noche del 9/2/24, el estadio de los Marlins en Miami estaba a tope. No cabía un alma. Casi 40 mil fanáticos ondeaban banderas tricolores. La atmósfera estaba cargada de sonrisas, furor y calidez venezolana. Cada rincón de esas fascinantes gradas estaba coloreado de amarillo, azul y rojo con paisanos vistiendo uniformes de los Tiburones de Venezuela. No faltaban otros ataviados de Magallaneros o Leones. De pronto el Himno Nacional interpretado por Voz Veis, con sus falsetes sublimes y melodiosos. Al final desataron a brazo alzado y gaznate batiente, un ¡viva Venezuela! Se me hizo un nudo en la garganta. Mi corazón latía como locomotora con sentimientos encontrados. La emoción y la algarabía me hicieron soltar una lágrima….
Un juego limpio y seguro
Comenzó el partido. Venezuela fue home club. Salen al terreno los Tiburones de Venezuela. El desplazamiento de los jugadores del dugout al campo de juego exhibía un poder similar al de las olas y brisas saladas del caribe. Y tuve el primer ‘Deja Vu’. Vino a mi mente la imagen de mi primera visita al Universitario. Tenía apenas 7 años. Si algo no se ha borrado en décadas sobre mi cabeza-hoy invadida de canas y entradas-es el retrato del aquel lanzamiento del pitcher al plato. Como niño me asusté. Pensé que jamás me pararía frente a un pitcheo a esa velocidad. Era impresionante, invisible. La bola salía de la mano del pitcher y no se veía llegar. Sólo escuchaba el tronar de la mascota ¿Cómo podía coger aquella bala?
Mi tío Néstor y papá, al ver mi perplejidad me dijeron: “Acostúmbrate hijo mío. Algún día tendrás que batear a ese monstruo”. De inmediato apareció Chivita-paciente de papá en el Universitario- y llamó a Alcides, el vendedor de sobrecitos blancos de apuestas. Por diez bolívares retabas quien anotaría la primera carrera o daría el primer hit. Una suerte de cábala [10:1] metida en un sobre, donde “la banca” pagaba un marrón [cien bolívares] si acertaste. Sacabas el costo de las entradas para tres y te quedaba para las cervezas…
Hoy, teniendo más edad que papá y mi tío desde aquella vez, mi impresión era otra. No fue el lanzamiento del pitcher porque la profecía de mi tío y papá se había cumplido. No sólo aprendí a devolver pitcheos endemoniados ¡sino también a sobarme los pelotazos! Otras veces subí al montículo y lancé bolas rápidas [me costaba estar en la zona], siendo que muchas me los devolvieron a palo limpio […] Lo que me impactó ahora fue la belleza de una final con jugadores que llevaban la V de Venezuela en el pecho [en su corazón] y en su gorra, con absoluta armonía y palpitante alegría. Nuevamente se me encogió el listón.
¿Por qué no podemos vivir con la misma ilusión y camaradería que antes vivimos en un Caracas Magallanes? El rostro de cada venezolano era la cara de los hombres y mujeres que ríen por estar en un ambiente bueno, sano, festivo, limpio y seguro. La buena vibra era contagiosa. El orgullo de ser venezolano brotaba de aquel apartamiento de aquellos 9 hombres que, al trote como panteras, vestían impecablemente los bancos, azules y rojos que todos reconocíamos como propio, aun siendo un Caraquista irreparable.
Cada out, cada lance, cada jugada la veía en silencio y emocionado. No dejaba de pensar. Cada segundo era una reflexión. ¡Que solvencia, que maravilla, que elegancia en el fildeo, que seguridad! Es que, volviendo a parafrasear el país con nuestro béisbol, me decía a cada instante, ¿por qué no podemos jugar así, en equipo, haciendo el trabajo, con ilusión y con mística? El brazo de Pérez en tercera era un Fusil. Su guante impecable. La bola bote pronto la atacaba como si nada…Siempre gané elogios por mi buen brazo. Pero como era muy nervioso no faltó el comentario: “buen brazo el tema es que necesita una brújula y un lexotanil”. Ese muchacho-Hernán Pérez-lo hizo todo bien.
Wilfredo Tovar-nuestro campo corto-no necesita ni brújula ni calmante. Ante la amenaza de Dominicana en el séptimo, tres en bases, dos out y al bate el sempiterno Michael De León [3B] cuarto bate de los merengues fue dominado con un roletazo a las manos de a Tovar-quien sin tiempo para forzar en segunda-lanzó un misil a las manos de Hernández en primera, quien se abrió como bailarín ruso para liquidar el inning. Cuanto sosiego, fuerza y determinación. Y pensaba: esa es la esperanza, así somos, pura calidad. El talento está vivo. Es jugar en equipo por una causa. Y seremos campeones, en cualquier albur de la vida…
Volver al futuro
Reconozco que tenía tiempo alejado del béisbol. No había regresado a un Estadio en más de un lustro. La última vez que estuve en Venezuela fue en un Caracas-Magallanes [30/12/2015] cuando los Leones dirigidos por Alfredo Pedrique, perdimos el sexto y último partido de la final contra los bucaneros, quienes se hicieron del campeonato. Esa es la magia del béisbol. Salimos tristes pero contentos-magallaneros y caraquistas-abrazados, cantando y bebiendo. Esa imagen volvió súbitamente. Es volver al futuro todos abrazados y felices con la misma camaradería.
La fraternidad era realmente virulenta. Como caraquista que soy, era “un poco complicado” mover los hombros y la cintura al ritmo de la samba de los escualos. Y me dije, calma y compostura potro que estás en territorio comanche. Pero fue imposible. El sonar de la charrasca, los timbales y la conga, al ritmo de ‘Viva Venezuela mi patria querida’ te hacía olvidar cualquier pretensión de lealtad leonina, y nos ponía a cantar con la misma euforia guaireña.
[…] Dos outs. Noveno inning. Gana Venezuela 3 a cero. En la lomita el verdugo y cerrador de Guillén, Arnaldo Hernández. El fanático pide. “Un, dos, tres”. Hernández venía de ponchar a dos. Lanza el poderoso Guayanés nativo San Félix, y el fuerte bateador Gutiérrez, produce roletazo a las manos de Alexis Amarista y los tiburones de la Guaira logran su primera serie de Caribe y estalla el estadio LoanDepot Park entre luces tricolores y el alma llanera. Vibra Miami y vuelan las banderas con nuestras siete estrellas. No podía faltar las cascadas de lágrimas y ¡cerveza! Rostros con ojos vidriosos que lloran y ríen a la vez. ¡Sin conocernos se me acerca un compatriota me abraza! Su esposa también. La celebración era indetenible. Y también lloró Parón Panza en el cielo…
Guillén sigue haciendo historia. Es hablador, pero brillante. Conoce cómo tratar a su tropa y cómo liderar una novena para llevarla a la cima. Y ahí reposa la esperanza.
En líderes que aun con sus defectos y virtudes, tienen la cepa, la nobleza y el talante para llevarnos a la cúspide de la felicidad, y cantar unidos Viva Venezuela mi patria querida…quien la libertó mi hermano fue Simón Bolívar…
Me fui feliz a casa. Y tuve el último Deja Vu. regresando a Venezuela, un volver al futuro y disfrutar un Caracas-Tiburones en el gran Estadio Monumental…
@ovierablanco