LA HABANA, CUBA.- En noviembre de 2021, Richard intentó negociar una licitación con funcionarios del partido comunista en el municipio Diez de Octubre, al sur de La Habana, para abrir un bodegón de comestibles y bebidas, ubicado a menos de cien metros de la concurrida Esquina de Toyo, epicentro de las multitudinarias protestas del 11J.
Su propuesta fue denegada. “Era un proyecto sólido que daría empleos a veinte jóvenes de la zona con salarios entre 20 y 30 mil pesos mensuales. La estrategia era abrir un mercado mayorista, con un puesto de venta minorista y posteriormente inaugurar un bar y una cafetería de pizza y entrepanes. Habíamos escogido un viejo almacén abandonado contiguo a una tienda de divisas. Al ser el establecimiento del Estado, se necesitaba un permiso de arrendamiento. En cualquier país normal existe una comisión que estudia las propuestas y escoge la que más conviene a la comunidad, genere mayor cantidad de puestos de trabajos e impuestos a pagar», explica Richard.
«Pero Cuba no es un país normal. Y para que te aprueben un negocio tienes que hacer ‘regalos’ a funcionarios municipales. Gasté cerca de 5 mil dólares en comelatas y en billetes que les pasaba por debajo de la mesa. Tuve que explicar hasta el más mínimo detalles de cómo funcionaría el negocio. Cuando parecía que me iban a dar el OK, una instancia superior del gobierno me desaprobó la iniciativa. Alegaron que al vender a precios mayoristas productos más baratos que en la tienda MLC que quedaba al lado, eso provocaría que perdieran clientela y la entrada de divisas al gobierno sería menor. Me creí esa historia. Al año y medio me entero que un coronel jubilado de la FAR copió mi idea y abrió el bodegón vendiendo con precios mayoristas sin ningún problema. En Cuba todos nos somos iguales”, apunta Richard.
Llamémosle Frank, un cubano residente en Europa, que a pesar de sufrir lo que considera un despojo (le confiscaron un restaurante), continuó con su proyecto de una MIPYME junto a varios socios extranjeros radicados en La Habana.
“Vivo fuera hace veinticinco años. Siempre me interesó invertir en mi país. Cuando aprobaron las MIPYMES, conversé con un par de conocidos que tienen negocios aquí la posibilidad de aprovisionarlos con víveres y bebidas de primera calidad. Estuvieron de acuerdo. Me repatrié, me aprobaron el negocio y todo marchaba viento en popa. Dos años antes yo había abierto una paladar (restaurante privado) a nombre de un pariente. La paladar era un éxito. Incluso en época de pandemia teníamos ventas a domicilio a un nivel aceptable. Pero una funcionaria del partido del municipio Mayabeque le gustó e inició una persecución jurídica contra mi negocio abusando de su cargo. Al final me cerraron el restaurante. Al año siguiente abrió de nuevo. ¿Tú sabes quién era el dueño? El esposo de la funcionaria del partido en Mayabeque”, cuenta Frank, quien aceptó el robo porque ya había invertido miles de dólares en importar productos a Cuba.
“Comencé a operar de nuevo, pero con mayor cautela. Estoy sacando del país las ganancias y poco a poco me voy retirando de la escena. A mi no me asombra esta cacería del Estado para topar los precios y fiscalizar aun más a las MIPYMES. El trasfondo real es sacar de juego a los negocios autónomos que no son tutelados por el gobierno. Un grupo de MIPYMES, las más importantes, están conectadas con funcionarios influyentes y nadie se mete con ellos. Esas regulaciones de precios no les afectan, pues ellos importan directamente contenedores de pollo o cerveza y venden al por mayor a negocios minoristas que son los que deben bajar sus precios. Casi todos los establecimientos estatales reconvertidos en MIPYMES son una coartada donde antiguos funcionarios del partido o militares de confianza cambian el esquema financiero. Y pasan de depender del presupuesto del gobierno a ser autónomos».
¿De dónde proviene el capital?, le pregunto. «Nadie sabe. Como por arte de magia aparece un ‘apparatchik’, un ex diplomático o un capitán retirado del MININT con dólares suficientes para iniciar un proyecto en la esfera de la construcción, el transporte o la exportación de software. Esa gente no tienen competencia y nadie los acosa. En lo que van de año han gastado entre 20 y 30 millones de dólares en comprar automóviles en Estados Unidos. Se dedican a adquirir negocios quebrados y casas. Viven como oligarcas. Detrás de esas regulaciones y prohibiciones hay un propósito del gobierno: que un grupo de empresarios autorizados por ellos concentren la mayor cantidad posible de negocios y capitales. Estilo Rusia”, opina Frank.
Eusebio, quien reconvirtió el garaje de su casa en un pequeño mercado de venta de víveres, aseo y bebidas, sonríe con ironía cuando se le pregunta sobre las regulaciones de precios y los seis decretos aprobados el 13 de julio por el Consejo de Estado, en los cuales imponen más control y relega al sector privado como un simple complemento de la economía. “Buena parte de los cubanos somos unos tipos ingenuos. Una y otra vez el gobierno utiliza a los negocios privados como rehenes en momentos de crisis. La ideología que sostiene al régimen ve a los particulares como presuntos delincuentes. En estos momentos existen 11 mil MIPYMES. Pero no olvidemos que en marzo de 1968, Fidel Castro cerró en una noche más de 68 mil pequeños negocios. En la década de 1980 permitió los mercados agropecuarios y las ferias de artesanos privados y luego metieron presos a muchos, acusados por enriquecimiento ilícito”.
“En los 90, durante el Período Especial y después del maleconazo, el 5 de agosto de 1994, con apagones igual que ahora, de doce horas diarias y también con la gente desmayándose de hambre en la calle, volvieron a permitir el trabajo por cuenta propia. Pero a golpe de altos impuestos, inspecciones y regulaciones asfixian a los negocios privados. Con las MIPYMES fuera de su radar se sabía que iba a pasar lo mismo. Ellos (los del régimen). Lo dicen por activa y por pasiva. Aparece en los Lineamientos del partido comunista y en la Constitución que crearon a su medida: no van a permitir la concentración de propiedades ni el enriquecimiento en los negocios particulares. Juegan con las cartas boca arriba. No comprendo cómo los cubanos en el exterior y en la Casa Blanca caen en la trampa del gobierno. Los que vivimos en la caliente, como yo, que no tengo parientes en Miami ni en Madrid, aprovechamos cualquier resquicio para abrir un negocito y ganar dinero que nos puede servir para emigrar”, argumenta Eusebio.
“Las MIPYMES forman parte de sus trucos. Más humo que realidad. En República Dominicana hay más de medio millón de MIPYMES. Según los expertos, el 40 por ciento de las MIPYMES se ven obligadas a cerrar en su primer año. Hay que ser muy creativos y abrir un nicho de mercado en un sitio donde en una esquina hay un Supermercado Nacional y en la otra un Carrefour. En Cuba, si el gobierno tuviera un talante democrático, en estos tres años se hubieran abierto un millón de pequeños y medianos negocios. Y muchos podrían salir adelante gracias a la ineficiencia de las empresas estatales y la producción de alimentos que está en bancarrota. Pero solo hay 11 mil. Y probablemente la mitad sean de sus compadres. Hay una reconversión del modelo económico. En el futuro, el sector privado será de los antiguos generales y altos funcionarios del régimen. Es lo que viene. Al resto solo se le permitirá ser subsidiarias, que ganen unos pesos para que no se mueran de hambre. Esos topes de precios, como si el dinero que invertimos fuera de ellos, en un país donde los bancos no venden divisas y debemos comprarlas en la calle al triple de la cotización oficial, son para arrancarle la cabeza a un grupo negocios que les hacen sombra. Ya los cubanos estamos acostumbrados a esos vaivenes del Estado. La solución es sencilla pasar el negocio de la legalidad a la ilegalidad”, sugiere Eusebio.
Yamila, dueña de una tienda de ropa Shein, consideras que estas nuevas regulaciones de precios van a provocar que muchos negocios cierren. “La primera declaración de guerra del gobierno a las MIPYMES, cooperativas no agropecuarias y cuentapropistas fue cuando en enero de 2023 impusieron un tope de 80 mil pesos diarios de venta y 120 mil al mes. Cualquier negocio más o menos exitoso vende en un día 200 o 300 mil pesos. Después vino la bancarización y ahora el alza de impuestos a los productos terminados y a los ingresos de los trabajadores que contratamos. Son muy astutos. En vez de desplegar un operativo policial para decomisarte el emprendimiento, te atacan con el arma arancelaria para ahogar los negocios y generar pérdidas. Antes un trabajador pagaba el 5 por ciento de impuesto de su salario. Ahora debe pagar un 20 por ciento. Si ganas 30 mil pesos, el ministerio de finanzas te quita 6 mil pesos”, describe Yamila.
“Y a la mayoría de pequeños negocios que importamos bienes que no son de interés del gobierno nos suben los gravámenes un 50 por ciento. Es increíble. Atacan a la gestión privada que ha creado un millón 600 mil puestos de trabajo con impuestos del 35% sobre las ganancias, otro impuesto del 10 por ciento sobre las ventas o servicios prestados, un arancel del 5 por ciento por el uso de la fuerza de trabajo, pagar el uno por ciento para apoyar a los gobiernos locales y contribuciones a la seguridad social equivalente al 14 por ciento del salario de los trabajadores. Además, los dueños de MIPYMES tienen que pagar hasta un 20 por ciento de impuestos sobre los dividendos. Todos esos pagos son para impedir que ganes mucho dinero. El gobierno cubano es alérgico a la riqueza. Excepto que sea para ellos”, concluye Yamila.
Los emprendedores consultados para este artículo coinciden que con la nueva regulación de precios podría aumentar el déficit de alimentos y la inflación. Tres días después de que el régimen topara los precios de seis productos, Diario Las Américas recorrió varios mercados en La Habana y no encontró pollo troceado, leche en polvo ni aceite. Ahora solo se puede comprar en el mercado informal.