La Habana. – En algún momento de la primavera de 1966 – cree recordar Ricardo, un anciano frágil que espera la muerte en un sucio asilo estatal- fue citado de urgencia por un funcionario del Ministerio de Educación para cumplir “una importante misión” en un recóndito poblado de la provincia de Pinar del Río, a poco más de 180 kilómetros al oeste de La Habana.
“Con 17 años ya había pasado un curso intensivo en Minas de Frío para formarme como maestro. Fui alfabetizador en una región montañosa de la actual provincia Granma. Y en 1965, después de que Fidel creó el partido comunista, ingresé en la UJC donde desempeñé diversos cargos. En 1966, con solo 21 años, además de maestro de secundaria era comisario político”.
“En esa reunión en el Ministerio de Educación me piden alistarme para un ensayo que se iba hacer en el poblado de San Julián -provincia de Pinar del Río- para implementar allí un modelo comunista. Pasé un taller en una escuela del partido que estaba en la barriada de Jaimanitas. El proyecto era confidencial. Nunca se había probado en el mundo. La estrategia era observar cómo funcionaba una sociedad marxista donde no se usaría el dinero ni los incentivos materiales”.
“No había diferencias de clases. Los funcionarios del partido, profesionales, militares, obreros y campesinos residíamos juntos en bloques de apartamentos. No cobrábamos salarios. Cada mes recibíamos una asignación de alimentos, artículos de aseo y otros bienes necesarios según tus necesidades. Teníamos que estar seis meses sin salir del poblado. La comida y los servicios eran gratuitos. Era una especie de cooperativa. Nos autoabastecíamos de la mayoría de las cosas. Excepto el vestuario, que nos entregaban dos mudas de ropa, y algunos productos elaborados”, señala Ricardo.
“Aquello no terminó muy bien que digamos. Imagínate, éramos un grupo de mujeres y hombres jóvenes que dábamos clases de marxismo, leíamos clásicos del realismo socialista soviético y veíamos películas de la II Guerra Mundial. La gente se sentía como si estuviera presa y comenzó a aburrirse de tanto teque. Por las noches era un despelote, un dale al que no te dio. Expulsaron a varias personas por conducta indecorosa y desviaciones sexuales. Pensaban que en el comunismo el sexo también era barra libre. Al final del ensayo se hizo una fiesta y nos dijeron que las evaluaciones eran muy buenas. Para mí la experiencia fue horrible”, rememora.
Ricardo estuvo involucrado en casi “todos los proyectos quiméricos de Fidel Castro. El Cordón de La Habana, la experiencia comunista, la zafra de los diez millones, una locura tras otra. Después del quinquenio gris en la década de 1970, la guerra en Angola y el éxodo por el Mariel en 1980, comencé a desilusionarme de la revolución. Tenía un montón de preguntas sin respuestas. Y me percaté de que Fidel nos utilizó y manipuló como si fuéramos objetos desechables. Nunca se nos consultó nada. Debíamos cumplir sus órdenes y punto”.
“Fue un proceso lento, gradual y silencioso. Pero irreversible. Al principio consideraba que el equivocado ideológicamente era yo. Ya en los años 90 comprendí que todo lo de Fidel era un disparate. No solo destruyó al país y a la economía, también destruyó las vidas de muchas personas que confiaron en él y en su revolución. Simplemente nos engañó. Al final de mi existencia me siento estafado. Ojalá haya un cambio político y económico en Cuba. Ya no quiero oír hablar más de socialismo, de comunismo ni de economía planificada”, concluye Ricardo mientras se balancea en un sillón desvencijado del sucio asilo estatal.
Joel, ex oficial del Ministerio Interior, también se siente traicionado. Cuenta que desde los 15 años, “soporté los jejenes, el calor y las lluvias en una trinchera a la espera de una invasión yanqui que nunca llegó. Fíjate hasta dónde llegó la conducta irracional de los comunistas, que durante la Crisis de Octubre de 1962, querían disparar un cohete atómico primero que los americanos. Fidel estaba convencido de que no debíamos dar un paso atrás. Entonces, muchos cubanos éramos unos intransigentes ideológicos. Con el tiempo nos dimos cuenta de que nos amaestraron”.
“Siempre creí que los revolucionarios debíamos ser honestos, incorruptos e intachables. Ocupé puestos importantes. Fui diplomático y cada vez que regresaba a La Habana traía una maleta repleta de dólares y jamás me pasó por la cabeza robarme un dólar. Dirigí una fábrica de tabaco de exportación y no me aproveché del puesto. Incluso boté del trabajo a mi hijo por sustraer cajas de tabacos. Mientras la mayoría de los funcionarios lucraban con sus cargos, me consideraba incorruptible, como Robespierre”.
“Ya cumplí 75 años y soy un guiñapo. Cuando mi esposa enfermó de cáncer y murió, ningún compañero del partido o la asociación de combatientes me ayudó a conseguirle un tratamiento. Me dieron la espalda. Estoy pasando hambre, mi jubilación no me alcanza para comer cada día. He bajado más de cuarenta libras. Cuba tiene que cambiar. El sistema actual es insostenible. La ciudadanía está pidiendo a gritos que se vayan. Yo no traicioné a la revolución, la revolución me traicionó a mí”, afirma Joel.
En el otoño de 2024 el modelo castrista se hunde inexorablemente. Miles de cubanos que consagraron sus vidas al “comandante, la revolución y el socialismo”, observan frustrados cómo el sistema los abandonó a su suerte. Actualmente se ha producido un giro radical en el pensamiento político de un amplio segmento de la población.
DIARIO LAS AMÉRICAS les preguntó a 19 personas a qué modelo de país aspiran. Doce respondieron que prefieren un país donde haya economía de mercado, elecciones presidenciales, libertad de prensa y democracia. Cuatro dijeron que quieren cambios económicos y se mantengan los negocios privados, sin importarles que el partido comunista gobierne en la Isla, como en China o Vietnam. Tres personas alegaron que no tienen suficientes conocimientos económicos y políticos para elegir un sistema social.
Al margen de esas opiniones, cada vez más personas quieren lo mismo que Lázaro, custodio estatal: «Que los actuales gobernantes se vayan pa’ Venezuela, Rusia o donde les den asilo. La gente no los quiere, han hecho mucho daño».
Sheila, estudiante universitaria, considera que en Cuba nunca se implementó el socialismo. “Desde el principio ha sido un régimen autoritario y personalista. Una dictadura. Hablar de optar por el socialismo en el futuro, después del desastre y la división ocasionado por el actual modelo es contraproducente. Por eso muchos quieren que proscriban al partido comunista. El comunismo, como teoría política, es una utopía. Aunque políticas socialistas se aplican en países occidentales. El mejor ejemplo son las naciones nórdicas o Suiza, donde funciona una democracia directa. Pero para llegar hasta ahí hay que tener un nivel de desarrollo y conciencia ciudadana que los cubanos no tenemos”.
De momento, un número considerable de ciudadanos reclama el final del régimen. Luego se verá el modelo político y económico que se adopta.