Barco en tablero de ajedrez (Ricardo Rey / The Economist)
En todo el mundo se está formando una tormenta en los océanos tras décadas de calma. En el Mar Rojo, las milicias de hutíes han lanzado decenas de ataques a buques con drones y misiles, reduciendo en un 90% la actividad de contenedores en el canal de Suez.
El 12 de enero, Estados Unidos y Gran Bretaña respondieron con más de 60 ataques marítimos y aéreos contra objetivos houthis en Yemen en un intento de restablecer el paso abierto, ampliando el alcance del conflicto en Oriente Próximo.
El presidente Joe Biden amenazó con nuevas acciones militares y afirmó que Estados Unidos no permitiría que “actores hostiles pongan en peligro la libertad de navegación en una de las rutas comerciales más críticas del mundo”.
La escalada en el Mar Rojo se refleja en el caos marítimo en otros lugares. El Mar Negro se está llenando de minas y buques de guerra inutilizados; este año Ucrania espera expulsar a la armada rusa de Crimea, su base desde Catalina la Grande.
Los mares Báltico y del Norte se enfrentan a una guerra en la sombra de sabotaje de oleoductos y cables. Y en Asia se está produciendo la mayor acumulación de poder naval desde la Segunda Guerra Mundial, mientras China intenta coaccionar a Taiwán para que se unifique y Estados Unidos trata de disuadir una invasión china.
Tras las elecciones de Taiwán del 13 de enero, las tensiones podrían dispararse.
Estos acontecimientos no son una coincidencia, sino el signo de un profundo cambio que se está produciendo en los océanos del planeta. La economía mundial sigue globalizada.
Alrededor del 80% del comercio en volumen y el 50% en valor viaja en una flota de 105.000 portacontenedores, petroleros y buques de carga que surcan los océanos día y noche, y que las personas cuyo sustento depende de ellos dan por sentado.
Sin embargo, la rivalidad entre superpotencias y la decadencia de las reglas y normas mundiales hacen que las tensiones geopolíticas sean cada vez mayores. La consecuencia inevitable y poco apreciada es que los océanos son una zona disputada por primera vez desde la guerra fría.
La búsqueda de oportunidades y orden en el mar tiene una larga historia. En el siglo XVII, Grocio, un jurista holandés, estableció el principio de la libertad de navegación y en el XIX Gran Bretaña lo hizo cumplir mediante la Royal Navy y una red de puertos y fuertes.
Los océanos abiertos se consagraron en el orden posterior a 1945 y, a partir de la década de 1990, el mundo marítimo reflejó el auge de la globalización y el poder estadounidense. Ello acentuó la hipereficacia y la concentración extrema.
Hoy el 62% de los contenedores los transportan cinco empresas asiáticas y europeas, el 93% de los buques los construyen China, Japón y Corea del Sur, y el 86% se desguazan en Bangladesh, India o Pakistán.
La Armada estadounidense se ha especializado en proporcionar seguridad de forma casi monopolística, con más de 280 buques de guerra y 340.000 marineros.
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