El campo está húmedo. La noche anterior llovió y los zapatos están llenos de fango. No es una cancha tradicional: no hay césped, ni gradas y la portería tampoco tiene malla. Aquí se formó Eduard Bello, de 28 años, delantero de la Vinotinto, el equipo de fútbol venezolano sobre el que pesa este viernes la fe de todo un país.
Venezuela pasó invicta a cuartos de final en la Copa América 2024 y con Bello anotando goles, los jóvenes de este modesto vecindario, ubicado en Cúa, a 81 kilómetros de Caracas, se ilusionan.
Bello es hoy uno de los futbolistas más importantes de la selección venezolana que dirige el argentino Fernando Batista. La Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) lo incluyó en el once ideal en la Copa América.
Rodeada de montañas verdes y casas golpeadas por la crisis, la cuna de este futbolista fue improvisada por padres y profesores de deporte, en 1994.
“Desde pequeño veía el televisor y quería verse jugando un deporte profesional adentro de ese televisor”, recuerda su orgulloso tío Carlos Gil, a quien se le eriza la piel al recordar.
Gil solía acompañar a Bello a los entrenamientos en ese mismo campo lleno de barro donde hoy ponen sus sueños otros 85 jóvenes que buscan emular al delantero vinotinto.
“Eduard para todos aquí es una inspiración”, dice Aaron Liveron, de 17 años, cuyos botines están desgastados y también manchados por el barro del terreno.
“Es un ídolo. Cada vez que anota gol, es como que yo también puedo llegar ahí, porque él estuvo aquí también”.
La primera vez que el jugador pisó el terreno que hoy lleva su nombre tenía apenas tres años. Sus padres buscaban en el deporte un antídoto para calmar su inquietud.
De pequeño, los regalos de Navidad no eran juguetes. “Siempre él pedía algo alusivo al fútbol”. Y así llegaron los balones y los botines «Total 90», que popularizó el brasileño Ronaldinho, su ídolo de entonces.
Primero tocó puertas en el Caracas Fútbol Club, uno de los principales equipos de Venezuela. “Ese día hizo hasta dos goles y ese mismo día le dijeron que no. Nos vinimos casi que llorando los dos juntos”, rememora su tío.
Y siguieron otros «no”, pero más tarde encontró una oportunidad en otra oncena local, el Yaracuyanos Fútbol Club. «Le decíamos la casa del terror”, dice.
Su madre tuvo que viajar varias veces para prepararle comida, porque el club no la garantizaba. Incluso, hicieron una colecta familiar para comprar un ventilador y una nevera.
Los conjuntos de balompié venezolanos tienen un largo expediente de austeridad y deudas con su plantilla.
Y no se trata sólo del estado de los clubes. Son las precariedades en el transporte público, el alto costo de la vida y las limitaciones en la estructura deportiva del país.
“Es difícil que un jugador de Valles del Tuy (Cúa) llegue a Caracas a cumplir su sueño”, dice Juan Ramírez, primer entrenador de Bello, en conversación con la VOA.
“Hace falta apoyo gubernamental», alerta este entrenador con 27 años de carrera. “Ya es hora de que la Federación Venezolana de Fútbol haga módulos de alto rendimiento en cada zona de los estados» para que otros chicos como Eduard puedan competir profesionalmente.
“Eduard salió por sus propios medios, no porque alguien lo vio y se lo llevó. Eduard salió porque él luchó por ese sueño”, afirma Ramírez.
Así llegó a Mazatlán y desde esa tribuna sigue apoyando a quienes desde Cúa ven en él un modelo a seguir.
Cuenta su tío que, cada vez que Bello viaja a Venezuela, carga en el equipaje zapatillas de segunda mano y en buen estado, para regalar a los jóvenes de pocos recursos.
“Trajo más de 25 pares de zapatos. Y ya lo ha hecho costumbre. Le pide los tacos (botines) usados a otros jugadores, y los trae”.
Por eso, el pequeño al que había que sacar a rastras de las canchas es también el motor de un viejo anhelo para los venezolanos: clasificar por primera vez a un mundial.
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