Alejandro Florez evoca su infancia en Caracas, Venezuela, con nostalgia y cariño. A pesar de los desafíos económicos, su familia era unida y sus amistades cercanas completaban sus afectos. Sin embargo, de aquella crianza “solo quedan recuerdos”, dijo.
Hace ocho años, Florez se vio obligado a huir del país con su madre después de experimentar múltiples incidentes de persecución política y religiosa, explica.
“A los 16 años, en el 2014, empecé a involucrarme muchísimo en el movimiento político en contra de la dictadura en Venezuela y mi mamá también. Protestamos bastante, marchamos y fuimos bien vocales”, contó Florez a la Voz de América.
Ese año -narró- Alejandro y su madre apoyaron la organización de varias protestas, que fueron parte de la ola de manifestaciones estudiantiles que se registrarom en Venezuela en 2014. De acuerdo con su testimonio, una noche, en medio de una reunión clandestina, una persona infiltrada los grabó y colocó los videos en las redes sociales.
Así -recuerda Florez- comenzó una serie de acciones de persecución lideradas por los Tupamaros, un movimiento de tendencia comunista que desde sus inicios mostró afinidad con el gobierno de Hugo Chávez y que hace décadas estuvo relacionado con acciones violentas en contra de militantes opositores, especialmente en momentos de protestas contra el poder ejecutivo.
“Fue algo bien feo. Nos identificaron a las personas que estábamos involucradas, incluyéndome a mi mamá y a mi, y de ahí fue peor. En las protestas que íbamos siempre llegaban los Tupamaros. Nos amenazaron bastante”, dijo Florez.
Las amenazas incluían vandalismo y la quema de símbolos judíos, religión que practican Florez y la familia de su madre.
En el 2016, al graduarse de la escuela, Florez estaba determinado a estudiar fuera de Venezuela. Sus años dedicados al activismo ambiental mientras estudiaba y sus logros académicos lo condujeron a una beca en una universidad de Orlando, en el estado de Florida.
Viajó junto a su madre, quien tenía la intención de acomodarlo y regresar a su vida en Venezuela. Sin embargo, durante su estancia en Orlando, el grupo que los había perseguido identificó la casa de ellos en Caracas.
“Nos comenzaron a dejar esvásticas en la puerta, a vandalizar nuestro carro y nuestro apartamento. Empezamos a recibir amenazas y no era seguro volver”, narró Florez.
Debido a las amenazas ambos decidieron solicitar asilo religioso y político en Estados Unidos en 2017. Desde entonces se ha encaminado en varios esferas profesionales, desde la escritura creativa hasta la organización comunitaria.
Durante su vida universitaria pasó momentos “agridulces” y recuerda que «tenía el corazón bien arrugado» dado que su familia estaba en Venezuela.
“Yo sé que esa Venezuela con la que yo crecí no existe y lastimosamente no tengo la oportunidad de volver a Venezuela porque mi vida corre peligro y la de mi mamá también, pero me aferro a esos recuerdos”, contó.
Hoy -explica- han superado el miedo pero permanece “la nostalgia” por su país.
Un reto migratorio que permanece
Para ambos fue un desafío grande. “Nestábamos en una buena posición económica”, dijo Florez al referirse a la llegada a EEUU.
“Una persona que está recién llegando a este país no tiene las capacidades económicas de pagar a un abogado 12.000 o 15.000 dólares por un caso de asilo. Que es necesario, pero no lo tiene”, dijo.
En su búsqueda por servicios que pudieran costear, el joven conoció a un abogado que ofrece servicios pro bono a través de una organización sin fines de lucro llamada Justice Shall Be For All en Orlando.
Así, ambos lograron presentar su caso sin costo ante autoridades migratorias. Sin embargo, ocho años después, continúan a la espera de una cita en una corte de inmigración que decida sus casos de asilo.
Mientras tanto, ambos cuentan con el Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) un beneficio migratorio que fue ampliado por el gobierno estadounidense a los venezolanos en el año 2021. Bajo el TPS, pueden acceder a permisos de trabajo, permisos de viaje y evitar ser removidos de EEUU.
“Estamos esperando que nuestro caso de asilo sea escuchado en las cortes y con el favor de Dios que nos lo aprueben también”, dijo Florez.
Con el foco en el futuro
Paralelo a su proceso migratorio, Florez terminó la universidad y muy pronto consiguió trabajo en un restaurante como cocinero y luego ocupó un cargo generencial hasta el 2021, cuando emprendió una búsqueda en otros caminos profesionales.
Trabajando con algunos programas de televisión creó una sección llamada “The Paw Stars” o “Las estrellas de la pata”, un espacio dedicado a dar consejos para contar con mascotas felices. Este proyecto lo condujo al activismo para visibilizar la problemática sobre los perros callejeros, pero por la falta de financiación debió pausar el proyecto y enfocarse en su trabajo comunitario.
En 2023 fue ayudante legal de una representante local en Tallahassee, la capital de Florida. Este trabajo -dice- le ayudó a entender cómo funcionan los proyectos de ley en EEUU y a entender lo que “está viviendo la comunidad latina y las minorías” en el estado.
Florez trabaja ahora en Poder Latinx, una organización cívica que busca la participación de la comunidad latina en diferentes ambientes políticos.
“Cada día más latinos quieren formar parte del movimiento, más latinos quieren aprender del calentamiento global, de los derechos de los animales, que cuando uno pensaba en la comunidad latina era muy difícil conectarnos con eso”, concluyó Florez.
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